lunes, 6 de noviembre de 2017

Virgilio Botella Pastor, "Entre memorias".

Foto de Virgilio Botella Pastor


Virgilio Botella Pastor nació el 27 de octubre de 1906 en Alcoy. Su familia se trasladó a Madrid donde Virgilio cursó la carrera de Derecho. Vivió y participó en la lucha sostenida por los estudiantes de la FUE contra la dictadura de Primo de Rivera. En 1926 ingresó por oposición en el Cuerpo de Intendencia de la Armada. Durante dos años estuvo en Cartagena como alumno en la Escuela de Intendencia Naval de alférez.  En 1928 ascendió a teniente de Intendencia, embarcando en el cañonero Bonifacio. Alcanzó el grado de capitán dos años más tarde. Durante la República fue sucesivamente Jefe de Administración en el Cuerpo de Intendencia de Marina, trabajó en el gabinete que tenía su padre, Juan Botella Asensi, junto a Álvaro de Albornoz, e ingresó, por concurso, en el Cuerpo de Intervención Civil de la Marina como administrador.

En enero de 1937, Juan Negrín, entonces ministro de Hacienda, le confió una misión en Tánger que cumplió a satisfacción de todos. También fue el representante de la Delegación Española en la Asamblea de la Sociedad de Naciones en Ginebra. Por fin, ya en los últimos meses de la guerra, cuando fue llamado a filas, fue capitán de Intendencia en la Base Naval de Roses.

Caída Barcelona, cruzó la frontera con Francia por Le Perthus el 28 de enero de 1939. El 15 de mayo de 1939 pudo partir a México con su familia. Allí trabajó y empezó a escribir lo que será una saga novelada de la guerra y el exilio.

Cuando se reconstruyeron las instituciones de la República en 1945 en Paris, el presidente del Gobierno, José Giral, lo nombró jefe de los Servicios Administrativos del Gobierno republicano en el exilio. Abandonó México y un buen trabajo para desempañar, durante diez años, la tarea encomendada. En su libro Entre memorias. Las finanzas del Gobierno Republicano español en el exilio (1), da cuenta de su labor y sus vivencias en esos años.

Llegó a Francia a bordo del Athios II desde Nueva York. Al pasar por el estrecho de Gibraltar, Tarifa y las costas andaluzas, muchos recuerdos le vienen a la memoria. Uno es el año que estuvo como “contador de fragata” (teniente de Intendencia de la Armada) a bordo del cañonero Bonifaz. La evocación del año de estuvo en ese cañonero, nos permite, a través de una anécdota, acercarnos a la vida cotidiana de la marinería a bordo de  un buque de la Armada.


El ejercicio de mi función me iba a permitir poner en práctica mis ideas. La primera cuestión de la que me ocupé al embarcar fue la de la comida de la marinería, para mí, la representación del pueblo en el “Bonifaz”. Me enteré, no sin asombro de que, tras el toque de diana, el desayuno que se daba a los marineros, cabos y maestres consistía en llenarles de un café claro, a la americana, el plato hondo de aluminio que les servía de escudilla para el rancho. Eso era todo, no se les daba ni un trozo de pan, y con eso tenían que pasar faenando toda la mañana a bordo hasta la hora del rancho que se solía repartir a las once y media. […]
La cuestión de la comida en los barcos es importante, es la que ha dado lugar en la historia al mayor y más importante número de plantes de las dotaciones de mar. Por ello se rige conforme a normas especiales. El órgano rector en la materia, encargado además de administrar lo asignado por el Estado para el racionamiento era la “Junta de víveres” compuesta por el comandante, el segundo de a bordo y el oficial de intendencia.
El racionamiento se componía de dos partes: el suministro del “seco” y la compra diaria del “fresco”. El primero comprendía todo cuanto podía adquirirse al por mayor y conservarse en los pañoles destinados a ello: arroz, garbanzos, judías, lentejas, patatas, vino, aceite, café, azúcar, etc., y estaba a cargo del 2º contramaestre responsable de la custodia de los víveres.
 El “fresco” lo adquiría directamente a diario en el mercado la “comisión de compra”, compuesta por un cabo y dos marineros, cargos que se renovaban mensualmente mediante elección directa efectuada por la marinería.
En la compra del “fresco” no había nada que hacer, no se podía intervenir. La marinería era autónoma para ello y la gestionaba directamente. Me limité a supervisar para advertir cualquier posible deficiencia. Nunca vi ninguna.  
 Pero en la adquisición del “seco”, mucho más importante sí podía intervenir. […] Podía encargarme yo de ella. […] Requirió trabajo pero fue sencillo. El “Bonifaz” navegaba frecuentemente por las costas andaluzas, Ceuta, Melilla y Tánger. En los puertos francos compré al por mayor harina, café, azúcar y leche condensada. En Málaga, aceite y vino. Y para los demás componentes del seco pedía muestras y precios a tres grandes almacenistas y adjudicaba la operación al que hiciera la oferta más ventajosa.
 Gracias a este sistema los precios del seco en el “libro de víveres” resultaron inferiores a los antes practicados. Ello permitió aumentar y mejorar el suministro diario y al cabo de cierto tiempo tuve la satisfacción de que el café para el desayuno de la marinería se añadieron leche y pan, y que se constituyera, además, un fondo para ranchos extraordinarios en las festividades oficiales".

Después, Virgilio Botella dice: 
"A la vista de las costas andaluzas recordé otras varias experiencias que por ellas adquiriera en el “Bonifacio” en defensa de los intereses del Estado y de la marinería, pero su exposición ocuparía demasiado lugar". 
Y nos deja con la miel en los labios.

Al día siguiente pasan por delante de Alicante, tras la cual distingue la cuesta de la “Carrasqueta” que llevaba a Alcoy, su pueblo natal.  Y explica lo que siente, definición de lo que es el exilio: 
Nueva nube de memorias en tropel, mezcladas con la añoranza de lo perdido, la tristeza de lo por entonces imposible y la esperanza de que en breve no lo fuera. El exilio era eso…”.


1. BOTELLA PASTOR, Virgilio, Entre Memorias, Las finanzas del gobierno republicano en el exilio, Sevilla: Renacimiento, 2002.