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jueves, 29 de julio de 2021

El exilio de Daniel Díaz Roldán, un marino del “Libertad”

 

Crucero Libertad y foto de Daniel Díaz Roldán

   

     Daniel Díaz Roldán, nacido en la provincia de Cuenca en 1917, ingresó en la Marina por su turno el 18 de marzo de 1936. Tenía apenas 22 años. Pasó dos meses en las Brigadas de Instrucción, al cabo de las cuales le mandaron de vacaciones a Cuenca a la espera de entrar en la Escuela de electricistas. A los pocos días, recibió un telegrama conminándole a presentarse inmediatamente a su destino en Ferrol. Por consejo de un tío, jefe de estación en Madrid y socialista, se presentó en el Ministerio de Marina en Madrid, donde quedó acuartelado. Junto a otros chavales que estaban en su misma situación dormía en la terraza del Ministerio en unas colchonetas que les proporcionaron. La mañana del 20 de julio, desde la terraza, vio por la Castellana, camiones y coches con banderas de la República y gente gritando y con los puños en alto. Gracias a un amigo conquense, que era chofer de un jefe, pudo salir escondido en el maletero del coche y se presentaron en el cuartel de la Montaña donde vio gente con fusiles, escopetas y otros que simplemente miraban. Su amigo llevaba en el maletero una pistola y un fusil y con esto empezó la guerra de Daniel Díaz. 

Después lo mandaron al Arsenal de Cartagena y posteriormente embarcó en el Libertad, “cuando ya todo estaba organizado con el comité de los trece (1). Yo empecé en el ‘Libertad’ con el grado de cabo electricista, que ya era mi oficio, pues mi padre tenía un taller de electricidad en Cuenca, así es que me dieron la responsabilidad de una parte eléctrica del crucero” (2). Siguió toda la guerra a bordo del acorazado, viviendo todos los avatares del buque (3) y se hizo una foto típica de aquella época, con su retrato en medallón, asomando por encima del "Libertad". 

El día 5 de marzo de 1939 salió de Cartagena a bordo del “Libertad”. “Nuestro rumbo era Argel, pero las autoridades de este país no quisieron darnos asilo, así que nos dirigimos hacia Túnez, ¡¡entramos en la Base Naval de Bizerta en Túnez y a partir de aquí es cuando empezó lo peor!! Nos metieron en unos vagones que usaban para 15 caballos o 30 personas y después de pasar un día y una noche sin comer y obligados a hacer nuestras necesidades dentro del vagón llegamos a un campo de concentración “Meheri-Zebeus” ¡¡un infierno!! En pleno desierto guardados por senegaleses y árabes con el fusil en la mano y sin ningún escrúpulo. Para la cuestión del agua tuvimos que reparar las bombas y los motores que estaban en un estado lamentable, a unos kilómetros del campo había un pozo… Con las picaduras de los escorpiones y el calor era una vida imposible” (4).

Unos cuantos meses después, cuando empezó la II Guerra Mundial, las autoridades francesas pidieron especialistas para trabajar en el Arsenal de Bizerta y Daniel pudo salir del campo para trabajar de electricista. Allí tuvo comida y una cama donde dormir, lo cual era un lujo.  

Cuando se produjo el desembarco aliado en Marruecos y Argelia en noviembre de 1942, al día siguiente los alemanes invadieron Túnez por mar y aire y los italianos lo hicieron por el Sur. Daniel, que estaba en el Arsenal contaba una anécdota de cómo procuraban entorpecer todo lo que podían: “En el puerto, los alemanes nos hacían trabajar para recuperar las maderas de los almacenes del puerto, decían que era para fabricar puentes y nosotros tratábamos de destrozar lo que podíamos, durante los bombardeos, mientras que ellos estaban en los refugios, y al salir cuando veían todo roto no paraban de chillar “¡¡Sabotaje, sabotaje!!”. Y nosotros les decíamos que había sido la aviación americana” (4). Se escapó del Arsenal y marchó a Túnez, donde podía pasar más desapercibido porque “la persecución de los alemanes y los italianos era constante para cogernos y meternos en los campos de concentración o bien para emplearnos en los trabajos más peligrosos” (5). Después se hizo con una carta de identidad de un argentino y trabajó para la compañía des Ponts et Chaussées como electricista para montar las bombas de regadío con lo cual casi siempre estaba en el campo y escapaba a las redadas y controles. 

Hasta que supo por un compatriota que habían fusilado a su hermano en España, no dio noticias a su casa “pues al escribirles tenía miedo que se vengaran con mi familia al saber que tenían un hijo “rojo”(6).

Cuando Túnez fue liberado, Daniel, con Eugenio Porta, jefe de tiro del “Libertad”, montó un taller eléctrico y así vivió hasta la independencia de Túnez en 1956 en que tuvo que reemprender otro reexilio a Francia. Montó, también con Porta, otro taller eléctrico. Daniel había salido de España con 22 años y falleció en Périgueux en 2007 con 93 años. 

 

Notas: 

(1) Daniel Díaz hace aquí referencia al comité que se formó en el crucero después de su toma para la República, compuesto por 13 marinos.

(2) Carta de Daniel Díaz a Victoria Fernández Díaz del 6 septiembre 2005.

(3) Ver, por ejemplo,  en el blog de Benito Sacaluga

https://benitosacalugarodriguez.blogspot.com/2019/09/el-combate-con-el-canarias.html  https://benitosacalugarodriguez.blogspot.com/2015/02/combate-del-cabo-cherchel.html

https://benitosacalugarodriguez.blogspot.com/2020/09/jose-perez-jurado-jefe-de-derrota-del.html

(4) Carta de Daniel Díaz a Victoria Fernández Díaz del 3 de junio de 2005.

(5) Carta de Daniel Díaz a Victoria Fernández Díaz del 30 de junio de 2005.

(6) Carta de Daniel Díaz a Victoria Fernández Díaz del 6 septiembre 2005.




miércoles, 30 de octubre de 2019

EL EXILIO A MÉXICO DE LOS MARINOS DE LA ARMADA DE LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA




EL EXILIO A MÉXICO DE LOS MARINOS DE LA ARMADA DE LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA

Victoria Fernández Díaz
Universidad de Valencia

Saitabi. Revista de la Facultat de Geografia i Història, 68 (2018), pp. 117-137
ISSN 0210-9980 DOI: 10.7203/saitabi.68.15657



Resumen: Este artículo es el resultado de un estudio sobre el grupo de marinos de la Armada de la II República que, tras marchar al exilio en 1939, reemigraron a México. El exilio a México es una emigración tradicionalmente vinculada a personalidades intelectuales. Sin embargo, la mayoría fueron exiliados de a pie y constituye un colectivo poco conocido. Los marinos de la Armada se enmarcan en este grupo y su estudio puede contribuir a una aproximación a esta parte casi olvidada del exilio republicano a México.
Palabras clave: Marinos, Armada. República. Exilio. México.




Al finalizar la guerra de España en 1939, miles de españoles iniciaron un exilio cuyas proporciones y duración constituyen sin duda "una de las grandes tragedias de la historia de España" (Vilar, 2006: 329). Tras la campaña de Cataluña, casi medio millón de personas buscaron refugio en Francia y, junto al Gobierno de la República, unos 200 marinos adscritos a la Subsecretaría de Marina o a las Flotillas de Cataluña y Valencia marcharon también al exilio. En marzo se produjo un último éxodo desde los puertos del Mediterráneo hacia el Norte de África. La Flota republicana emprendió la partida el 5 de marzo, a bordo de 11 buques y un submarino, llegando a Túnez. Además, junto a unas 12.000 personas que escaparon a bordo de toda clase de embarcaciones, un buen número de marinos llegaron a Oran a bordo de unos 12 guardacostas, dragaminas o buque cisterna.

En general, el destino de los refugiados que buscaron asilo en Francia o en el norte de África fueron los campos de concentración mientras Europa se encaminaba hacia una guerra anunciada. En este contexto tan dramático, la posibilidad de exiliarse a México se convirtió en una salida esperanzadora. Sin embargo, debido a condicionamientos económicos, ideológicos o profesionales, fue una opción muy restringida. 

Tradicionalmente, la emigración a México es un exilio vinculado a personalidades políticas, a figuras de la cultura, a intelectuales, así como a personas de profesiones liberales. A este sector de la sociedad se han dedicado la mayoría de los trabajos sobre el exilio a este país. Sin embargo, los intelectuales constituyen sólo el 28% de los exiliados en México (Pla, 2001: 182) y, en cambio, existe "una porción mayoritaria y prácticamente olvidada del exilio español en México" (Pla, 2002, 49) que son los refugiados de a pie, del común, un colectivo en el que se enmarcan los marinos de la Armada republicana. A través de su exilio podremos acercarnos a esa porción olvidada del exilio. Nos parece particularmente interesante, ya que, como recordaba Juan Martínez Leal, "fue todo un pueblo el que emigró forzosamente al acabar la guerra civil". Visto desde esta perspectiva la historia del exilio debería abarcar, como quería Gramsci “a todos los hombres, a tantos hombres como sea posible” (Martínez Leal: 1995, 125). 

Se estima que en torno a 20.000 exiliados (Lida, 2001: 207; Pla, 1999: 158 y Pla, 2001: 218) pudieron marchar a México entre 1939 y 1950. Dentro de este gran colectivo, 64 marinos, al menos, consiguieron traspasar las barreras y requisitos que tuvieron que cumplir los que lograron alcanzar México. Examinaremos los condicionamientos y las condiciones del viaje a México de estos marinos, esbozaremos el perfil del grupo y exploraremos, en la medida de lo posible, la vida que pudieron desarrollar en aquel país. 

El gobierno mexicano manifestó su apoyo a la República española desde el principio de la guerra. Lo hizo de diversas formas: vendió armas a la República, desafiando el embargo impuesto por Francia e Inglaterra que denunció ante la Sociedad de Naciones (Matesanz, 1999: 107-178 y Fagen, 1975: 26- 27); acogió a 460 niños, los llamados Niños de Morelia, en 1937 (Pla, 1985); recibió con carácter temporal a intelectuales republicanos españoles para poder proseguir su labor en un ambiente de paz, dando lugar a la creación de la Casa de España (Lida, 1988). 

En febrero de 1939, con la guerra ya perdida, el embajador de México en Francia, Narciso Bassols, se concertó con el Gobierno español para organizar el traslado de los refugiados españoles a México. Bajo el auspicio de Juan Negrín, el 2 de abril de 1939, se constituyó en Paris un organismo que se llamó Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) cuyo principal objetivo fue la atención de los refugiados y su posible evacuación a América (Matesanz, 1999: 317-324; Velázquez, 2012; 72-82; Mateos, 2009: 65-69). Las disensiones políticas en el exilio y la apropiación por Indalecio Prieto del Vita con gran parte de los bienes de la República a bordo (Gracia, 2014), favorecieron que la Diputación Permanente de las Cortes creara, el 31 de julio 1939, la Junta de Auxilios a los Republicanos Españoles (JARE) (Herrerin, 2007). Estas dos organizaciones funcionaron en paralelo durante unos meses hasta que la ocupación nazi de Francia y los graves problemas económicos del SERE hicieron que éste dejara de funcionar en el verano de 1940. A partir de entonces, la JARE fue el único organismo que intentó facilitar la evacuación de los exiliados.

En México, con el fin de acoger a los exiliados, como delegación del SERE, se constituyó el Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos en México (CTARE) y más tarde, la Comisión Administradora de los Fondos para el Auxilio de los Republicanos Españoles (CAFARE) administrada por el gobierno de Cárdenas hasta 1945. También ayudaron, ocasionalmente, otros organismos privados como los cuáqueros. Estas fueron las ayudas con las que pudieron contar los refugiados para reemigrar a México.

Las expectativas fueron inmensas. Baste recordar que, a principio de abril de 1939, ochenta mil peticiones llegaron al SERE para marchar a México (Pla, 1999: 172). Es, sin duda, una cifra considerable.

Entre los marinos exiliados a Túnez, recluidos en el campo de concentración Meheri Zebbeus, a orillas del desierto, las esperanzas de irse a México llegaron el 6 de abril. Ese día, el suboficial de artillería Manuel Pedreiro escribe en su diario: “hoy se ha firmado una carta colectiva dirigida al Cónsul de Méjico en París pidiendo marcharnos a ese país”. El 21 de ese mes empiezan las peticiones individuales. Manuel Pedreiro precisa: “Yo rellené las hojas de los hermanos Tembrás, Souto, Abelardo y Manolo Martínez y la mía propia. Todos pedimos ir a Méjico”. Ninguno de ellos pudo marchar a México. 

Trece marinos de la Armada, exiliados en Túnez, rellenaron unos formularios dirigidos a la JARE que datan probablemente de mayo de 1939. Al final, se les preguntaba sobre los recursos de los que disponían para emprender el viaje y su sostenimiento en México y sobre familiares, amigos o relaciones que podían prestarles ayuda. Todos dejan el espacio en blanco. Muchos habían salido de España con lo puesto pero es que, además, los solicitantes vivían semi-recluidos en una granja agrícola de Kasserine o en tiendas del ejército en las laderas del monte Chambi en el extremo del Atlas. No tenían recursos ni para zapatos. Ninguno alcanzará México.

El comandante del destructor Almirante Miranda, David Gasca, exiliado en Túnez, confió su petición al almirante Luís González Ubieta para que la entregara en mano en Paris (1). Tampoco podrá irse a México. Otros dos comandantes de buques de la Armada, los oficiales del Cuerpo General, Eugenio y Álvaro Calderón Martínez, también desde Túnez, confiaron sus deseos a Mariano Ruiz-Funes, profesor, diputado y varias veces ministro, quien les recomendó a la JARE, aunque sabemos que llegarán a México en fechas mucho más tardías y por sus propios medios (2) .

Existe, por fin, un documento que es como un símbolo entre los deseos y la realidad. Se trata de un listado del SERE de Militares que desean emigrar a México sin recursos propios. Sesenta y nueve marinos piden ir a México. De todos ellos, sólo 4 conseguirán hacerlo (3). 

Las peticiones superaron las capacidades materiales de cualquier organismo sea el SERE, la JARE e incluso el propio México. Por ello hubo que hacer una selección.

LA SELECCIÓN 
En principio, como dispuso el gobierno de México, el Comité del SERE hacía una primera criba. Luego, esta primera lista era ratificaba o no por Narciso Bassols, embajador de México en Francia, quien tenía sus propios criterios y que era junto a su mano derecha, Fernando Gamboa, quien daba el visto bueno definitivo. Por fin, la legación mexicana presentaba los listados al Ministerio del Interior francés, quien permitía la salida de estas personas del territorio francés o norteafricano (Velázquez, 2012: 84-86). Éste fue a grandes rasgos el sistema de selección hasta septiembre de 1939. A partir de esa fecha, la situación de los refugiados españoles cambió con el estallido de la II Guerra Mundial y el agotamiento de los fondos del SERE. Por otra parte, México se vio algo desbordado por la llegada masiva de refugiados cuya integración no era fácil y las autoridades mexicanas quisieron favorecer las profesiones del sector primario para la integración en su sociedad (Pla, 1999: 207; Rubio, 1977: 177-179; Mateos, 2009: 217-224). Pero, paralelamente, se hizo evidente el riesgo que corrían los responsables políticos republicanos en la Francia de Vichy. Por eso, para la JARE, los pasajes debían ser cubiertos por exiliados que habían tenido responsabilidades políticas (Herrerín, 2012: 5). La divergencia de criterios de selección, la falta de buques, las presiones impuestas por las autoridades francesas y las restricciones exigidas por las fuerzas alemanas, obstaculizaron la organización de nuevos embarques. Lo cierto es que la JARE sólo pudo organizar cuatro embarques colectivos.

Hay que señalar que quien tuviera medios para pagar su pasaje y hacer frente a sus gastos de instalación en México, no tuvo que pasar ningún filtro. Fue el caso, por ejemplo, de un capitán de la Reserva Naval, Fernando Dicenta, que desembarcó del Flandre sin problema en abril de 1939 mientras otros pasajeros tuvieron que esperar a que se tramitaran sus permisos (Matesanz, 1999: 380).

Pero, en la mayoría de los casos, “aquellos vinculados por algún motivo a los organismos gubernamentales en el exilio o a las cúpulas de las organizaciones políticas y sindicales fueron los que tuvieron mayores posibilidades de salida hacia México” (Pla, 1999: 174). Es evidente que cuando dos subsecretarios de Marina y un jefe de Estado Mayor dan como avalista a Indalecio Prieto, con dirección completa en México (4), es porque están muy cerca de los organismos gubernamentales en el exilio. De la misma manera, sabemos, por su correspondencia, que el ex-comisario político de la Armada Nicolás Furió debía su inclusión en las listas de pasajeros del Nyassa a su cercanía política con su también paisano Carlos Esplá Rizo, secretario de la JARE y personaje clave en los mecanismos de los embarques desde México (5).

Había cuotas de emigración por partidos políticos, incluidos los no afiliados, y es evidente que cuando declaran ser comunistas o socialistas en las listas de embarque es porque esas organizaciones políticas eran su aval y que si cinco marinos declaran no pertenecer a ningún partido en el Ipanema era porque entraban en esa cuota de no afiliados (6). Por otra parte, sabemos que una de las maneras de figurar en las listas de embarque era ser “reclamado” por un familiar y, sobre todo, que ese familiar pagase el viaje. En el caso de la re-emigración a México, las redes sociales prexistentes tradicionalmente en la emigración gallega favorecieron sin duda esta vía entre los marinos gallegos. Es el caso de dos auxiliares alumnos de artillería, Carlos Fernández Alonso y José Mosquera Lorenzo, internados en el campo de castigo de Gabès en Túnez y el campo de concentración de Boghari en Argelia. Los dos, reclamados por familiares desde América, pudieron librarse de trabajos forzados en el desierto (7).

La pertenencia a la masonería es otro factor que, pensamos, pudo influir en esta selección previa para figurar en las listas de embarque. Dentro de la Armada, la Masonería tuvo un importante número de afiliados. En 1929, el teniente de navío y más tarde diputado por Izquierda Republicana, Ángel Rizo, creó las “logias flotantes” de la Armada (Ayala, 1989). Propagó la masonería sobre todo entre auxiliares, maquinistas, radiotelegrafistas, fogoneros o buzos. Tuvieron una actitud activa a favor de la República en el momento del intento de golpe del 1936 en los buques como indica el hecho de que, por ejemplo, entre los 54 miembros de la logia Atlántida nº 5 de Cartagena (Ayala, 1989: 303-304) hubo 8 ejecutados y 15 exiliados (8) . En el grupo de México encontramos a ocho masones entre los cuales hubo figuras de primer orden como el fundador, Ángel Rizo, y otros correligionarios que fueron fundamentales en la propagación de la masonería en la Armada como el segundo maquinista Francisco Naves Ruiz o el teniente de artillería Francisco Ávila Zapata. Tenemos otro ejemplo de la importancia de la masonería en una nota de recomendados que el comisario de la flota Nicolás Furió mandó a Carlos Esplá. En ella, podemos observar tres puntitos en forma de triángulo al lado de ciertos nombres (9). 

También pudieron existir otras redes. En una carta dirigida a José Puche, Presidente del CTARE en México, cuatro marinos seguidores del esperanto, desde el campo de Meheri Zebbeus, piden ser repatriados a México con la recomendación del mexicano Jesús Amaya, esperantista también (Adamez, 2016: 301-302). Son el telemetrista Manuel Rivera Jato, el auxiliar alumno torpedista Cándido Luna Pérez, el marinero Agustín Corras Plaja y el auxiliar alumno de artillería Jerónimo Bouza Vila. Ninguno pudo alcanzar México pero esta petición demuestra que cualquier red social podía servir o dar esperanzas para pasar los filtros de la selección.

LOS BARCOS
Los primeros marinos de guerra que llegaron a México fueron seis de los tripulantes del Vita. Eran marinos de la Reserva Naval (RN), o sea marinos mercantes que sirvieron en la Armada durante la guerra: el comandante Mariano Manresa, el teniente de navío Isaac Echave, el capitán maquinista Álvaro Arechavaleta, el maquinista Eduardo Echaniz y un joven alférez de navío Antón Brouard. Arribaron en la tarde del 23 de marzo 1939 a Veracruz y siguieron ruta hasta Tampico donde desembarcaron el 29 de marzo el “tesoro” que transportaba el Vita

Antes del mítico Sinaia, que fue el primer embarque colectivo de españoles a México, llegó, a partir de marzo de 1939, una corriente continua de refugiados españoles (Matesanz, 1999: 379) por medio de buques de línea cuyo pasaje pagaron ellos mismos o en ciertos casos el SERE. Uno de estos barcos fue el Flandre, que hizo al menos dos viajes. En un primer viaje llegaron a México, el 21 de abril de 1939, dos marinos, Alfonso Cacicedo Pérez, teniente de navío de la RN y Esteban Hernandorena Zuriaga, capitán de corbeta de la RN con toda su familia y que aún reemigró a Israel. El Flandre inició su segunda singladura a finales de mayo con 104 pasajeros judíos alemanes, austriacos y checos con destino a Cuba. Pero no les dejaron desembarcar ni en Cuba ni en México, donde llegó el 1 de junio 1939. El Flandre volvió a Francia con sus pasajeros judíos (10). Los pocos españoles que iban a bordo pudieron bajar a tierra, entre ellos un marino, el auxiliar radiotelegrafista de la Armada, Rafael Torres Toimil. 

El 13 de junio de 1939 atracó en Nueva York el Statendam con un reducido contingente de exiliados que llegaron a México unos días más tarde por Nuevo Laredo (11). Entre ellos estaba el comandante médico de la Armada, Ramón García Cerviño, que pudo salir de España en el último momento a bordo del Stanbrook. El mismo 13 de junio arribó el Sinaia con 1.599 personas (Velázquez, 2012: 90), entre ellas seis marinos. Todos provenían de Francia y cuatro de ellos fueron sacados directamente de campos de concentración. Eran el auxiliar radiotelegrafista José Anca Hermida, el capitán maquinista Ricardo de Castro Calvelo y el cabo de artillería Pedro Paul Pons que estaban en Argelès-sur-Mer, mientras que el auxiliar naval José Hermo estaba en Bacarès. El teniente maquinista Asensio Carrión Avilés, y el teniente médico provisional Rafal Villalobos Barahona pudieron marchar con sus familias.

Finalmente, en el Mexique, que llegó el 14 de julio 1939, embarcaron dos marinos que también se libraron de este campo de concentración francés, el capitán maquinista Francisco Naves Ruiz y el auxiliar alumno naval Lucas Amil Mosquera que subió como polizón.

Con la II Guerra Mundial ya empezada y financiado también por el SERE fue fletado el Champlain en abril de 1940 con 634 pasajeros (Velázquez, 2012: 90-94), entre los cuales había un marino, el capitán maquinista Alfonso García Martínez. El buque llegó a EEUU y los pasajeros entraron en México por Nuevo Laredo.

El último barco fletado por el SERE fue el Cuba. Zarpó el 19 de junio de 1940 con rumbo a la República Dominicana en plena rendición de Francia a los alemanes. Pero cuando llegó a destino, Trujillo no dejó desembarcar a los españoles (Velázquez, 2012: 361-364). El trasatlántico, ahora bajo jurisdicción del gobierno de Vichy, siguió su ruta hacia La Martinica, siendo su siguiente destino la Francia ocupada. En el puerto de Fort de France los pasajeros esperaron, angustiados, una solución a su situación. Con la ayuda económica de la JARE, México pudo fletar el Saint Domingue, que llevó a los pasajeros hasta el puerto de Coatzacoalcos el 26 de julio de 1940. Entre los 555 pasajeros que desembarcaron (Velázquez, 2012: 90), había 10 marinos y, por primera vez, algunos proceden del Norte de África. El auxiliar alumno electricista-torpedista José García González, el teniente de navío de la RN Enrique González del Valle y el auxiliar naval José Leiro Nieto, salieron del campo de concentración de Meheri Zebbeus, en Túnez, y el auxiliar alumno de artillería José Mosquera Lorenzo venía del campo de concentración de Boghari, en Argelia. Desde Francia, los auxiliares alumnos de artillería Miguel Barber Serra y Arturo Sardina Pico, pudieron abandonar el campo de Argelès-sur-Mer y José Prado Pérez, también auxiliar de artillería, salió del terrible castillo de Collioure, donde franceses y alemanes torturaron a exiliados republicanos. Desde Francia también embarcó el almirante Luís González de Ubieta con su mujer. Otros dos marinos, los auxiliares alumno de artillería, Miguel Caballero Gil y Manuel Fernández Pol, estaban a bordo, sin que sepamos su punto de partida.

A partir de ese momento siguieron llegando exiliados individualmente. Por ejemplo, el oficial radiotelegrafista Benjamín Balboa, que jugó un papel esencial desde la estación de Ciudad Lineal para desbaratar la sublevación en los buques y bases de Marina en julio de 1936, llegó en septiembre de 1941 en el Serpa Pinto. Era un barco fletado por judíos alemanes, polacos o apátridas que huían del peligro nazi (12). Sólo había 6 españoles a bordo. En un buque de línea regular, el Evangeline, llegó el maquinista de la RN Juan Cano Saiz con su familia a Nueva York el 25 de diciembre de 1941. Más tarde, entraron a México por Nuevo Laredo (13).

El primer embarque colectivo que organizó la JARE fue el barco portugués Quanza. Entre los casi 500 pasajeros que llegaron a México el 19 de noviembre de 1941, había dos marinos, el auxiliar naval José Andreu Lillo y el capitán de corbeta de la RN Augusto Fernández González que lo hacía desde Túnez. Un tercer marino, el maquinista Bernardo Martínez Nieto, ya enfermo al embarcar, falleció el 8 noviembre a bordo. El siguiente buque, el Nyassa, salió de Casablanca y tras una larga travesía llegó a Veracruz el 22 de mayo de 1942. A bordo venía el marino y diputado Ángel Rizo Bayona, con su mujer e hijos.

En junio de 1942, zarpó de Casablanca un vapor portugués, el Guinea, con 80 pasajeros. En éste pudieron marchar cuatro marinos, provenientes todos de Túnez y Oran. Eran el teniente coronel de artillería de la Armada, Esteban Calderón Martínez, el comandante de Ingenieros de la Armada Félix Echevarría Alegría así como los tenientes de navío Vicente Ramírez Togores y Antonio Ruíz González. En octubre de 1942, el Nyassa volvió a levar anclas. Fue la última expedición colectiva a México. En ese barco de la última oportunidad, salieron seis marinos, mayoritariamente de Oran o Túnez. Eran tres comisarios políticos de la Armada, Bruno Alonso, Francisco Noreña y Nicolás Furió, el teniente coronel de artillería de la Armada Norberto Morell Salinas, el comandante de artillería de la Armada, Francisco Ávila Zapata y Pedro Victoria Arroyo, auxiliar alumno de marinería.

Algunos marinos no siguieron los caminos de las expediciones oficiales. Señalaremos, por constituir verdaderas odiseas, dos casos. El capitán de fragata Juan Oyarzabal, comandante del destructor Almirante Valdés, fue reclamado por su tía, la escritora y embajadora de la República española en Suecia, Isabel de Palencia. Desde Túnez pasando por Marsella, Paris, Londres, Copenhague llegó a Estocolmo para constatar que su tía había tenido que abandonar el país. Con la ayuda económica del Comité sueco “Ayuda a España” marchó hasta Ámsterdam y de allí a Southampton, donde embarcó en el vapor President Roosevelt hasta Nueva York. Entró en México por Nuevo Laredo el 28 de junio de 1939 (14) (Piña, 2006: 253). Onofre Varela Álvarez, desde Túnez, logró embarcar como tripulante en “un barco yugoslavo en el que hizo un recorrido por el Mediterráneo pasando por Grecia, Italia y Gibraltar y que lo llevó a Inglaterra, donde se quedó 4 meses. Desde allí, en un barco mercante griego, llegó hasta New Orleans desde donde, por último, llegó a Veracruz “(15). Otros marinos, como el auxiliar alumno de artillería, Antonio Soto Herrera o el teniente médico, Luis Pastor Florit llegaron a México desde Chile y República Dominicana. 

Aunque el grueso de la Flota estaba en Túnez y suponía aproximadamente unos 1.300 marinos, únicamente 12 pudieron irse a México desde este país, sin olvidar que tres lo hicieron por sus propios medios como tripulantes de buques mercantes. De Oran sólo salieron 5. En cambio desde Francia, donde se exiliaron fundamentalmente los marinos pertenecientes a la Subsecretaría de Marina, 31 marcharon a México. No son datos absolutos puesto que sólo hemos podido determinar con exactitud el país de primer exilio de 48 personas, o sea un 75% del grupo. No obstante, aunque parciales, estas cifras confirman que para marchar a México era más fácil hacerlo desde Francia, quedando los marinos del Norte de África en un clamoroso olvido.

PERFIL DEL GRUPO 
¿Qué características tenía este grupo? ¿Quiénes eran? En realidad, se trata de un grupo bastante heterogéneo, reflejo de la composición de la Armada que era un colectivo muy compartimentado, jerarquizado y estanco. 
Por un lado, estaba el Cuerpo General que era un “coto cerrado” (Alpert, 1987: 11), integrado por una clase alta de cierto abolengo y pequeña aristocracia. Constituían los jefes y oficiales de mando. Poquísimos marinos de este cuerpo apoyaron la República. En el grupo de exiliados a México hubo 8, lo que constituye el 12,5% del grupo. Luego, estaban los antiguos Cuerpos Patentados que eran oficiales de Artillería, Oficinas, Sanidad o Eclesiástico. Habían sido declarados a extinguir por la República (16), pero seguían en la Armada. Provenían de clases medias. Pocos de este Cuerpo apoyaron la República. No obstante, 5 marinos de este Cuerpo llegaron hasta México, o sea el 7,8%. Los médicos de la Armada se posicionaron mayoritariamente a favor de los franquistas. Las bajas por abandono a lo largo de la guerra fueron constantes y, ya en agosto de 1937, se nombraron los primeros tenientes médicos provenientes del estamento civil por falta de personal. Cuatro médicos de la Armada se exiliaron a México y representan el 6,2% del grupo. 

El Cuerpo de Maquinistas era un cuerpo bien preparado (Vega, 2009) pero considerado meramente técnico por el Cuerpo General. Sus miembros eran de un origen social modesto. Bastantes apoyaron la República en el momento del fallido golpe de julio de 1936. Seis maquinistas integraron este grupo, o sea el 9,3%.


Por fin, estaban las Clases Subalternas que, con la República, pasaron a llamarse Cuerpos Auxiliares. El acceso se hacía ingresando en la Escuela de Aprendices Marineros, especializándose en marinería, radiotelegrafía, artillería, electricidad y torpedos, hasta obtener el galón de cabo. Tras varios reenganches podían pasar los consiguientes exámenes para ser auxiliares de sus especialidades. Provenían de clases sociales modestas, incluso muy modestas. Los cabos, junto con la marinería, fueron los que “mandaron la escuadra” (Benavides, 1976) en julio de 1936, cuando los jefes y mandos apoyaron el golpe militar. Durante la guerra fueron promovidos a Auxiliares Alumnos, o sea a suboficiales. Los cabos y auxiliares estaban técnicamente bien preparados. Hubo 18 antiguos cabos en el grupo de México. Es el estamento más representado, un 28%. Hubo, además, 5 auxiliares entre los que pudieron alcanzar México (7,8%) y, por fin, hubo sólo 3 marineros de reemplazo. O sea que las “clases, cabos y marinería”, según frase consagrada para designar a los subalternos, representan el 40% del grupo. Aparentemente, los antiguos cabos tienen una representación muy importante. No obstante, si consideramos que en la Armada republicana había en torno a 1125 cabos (17), vemos que en realidad sólo pudieron emigrar a México un 1,6%.

Por fin, estaban las Clases Subalternas que, con la República, pasaron a llamarse Cuerpos Auxiliares. El acceso se hacía ingresando en la Escuela de Aprendices Marineros, especializándose en marinería, radiotelegrafía, artillería, electricidad y torpedos, hasta obtener el galón de cabo. Tras varios reenganches podían pasar los consiguientes exámenes para ser auxiliares de sus especialidades. Provenían de clases sociales modestas, incluso muy modestas. Los cabos, junto con la marinería, fueron los que “mandaron la escuadra” (Benavides, 1976) en julio de 1936, cuando los jefes y mandos apoyaron el golpe militar. Durante la guerra fueron promovidos a Auxiliares Alumnos, o sea a suboficiales. Los cabos y auxiliares estaban técnicamente bien preparados. Hubo 18 antiguos cabos en el grupo de México. Es el estamento más representado, un 28%. Hubo, además, 5 auxiliares entre los que pudieron alcanzar México (7,8%) y, por fin, hubo sólo 3 marineros de reemplazo. O sea que las “clases, cabos y marinería”, según frase consagrada para designar a los subalternos, representan el 40% del grupo. Aparentemente, los antiguos cabos tienen una representación muy importante. No obstante, si consideramos que en la Armada republicana había en torno a 1125 cabos (17), vemos que en realidad sólo pudieron emigrar a México un 1,6%.

El grupo de México estaba también compuesto por 11 marinos de la Reserva Naval (RN), es decir, que provenían de la Marina Mercante. Por último, había 3 comisarios políticos que, en puridad, no eran marinos, pero pasaron la guerra embarcados, se exiliaron en los barcos y, durante tres años al menos su vida estuvo vinculada a la Armada. Los comisarios fueron designados a partir de 1937 por orden directa de Indalecio Prieto para sustituir a los Comités que se habían formado en los buques en el momento de la toma de los mismos por parte de la tripulación. Salvo alguna excepción, casi todos eran socialistas. Llegaron a Bizerta 15 comisarios políticos (19). En cambio, sorprendentemente, dada su supuesta cercanía política con los centros de poder, sólo tres pudieron salir de los campos de concentración para llegar a México. 

En cuanto al origen territorial, se trata de un grupo compuesto mayoritariamente por gallegos (34,3%) y, en menor medida, por murcianos (15%) y andaluces (12,5%), lo que corresponde a la ubicación de las 3 principales bases navales: Ferrol, Cartagena y Cádiz. 

La edad media al salir de España, en 1939, era de 35 años lo que supone una diferencia de 7 años con respecto a los que habían desembarcado en Bizerta (20). Más del 60% tienen entre 30 y 58 años, lo que es una edad madura para emprender una vida nueva. Por otro lado, más de la mitad están casados (64%) y uno está separado.

Todos sabían leer y escribir. Esto responde al perfil de los exiliados en México en el que apenas un 1,4% eran analfabetos cuando en 1930 el índice de analfabetismo en España era del 32% (Pla, 2002: 51). Además, de 36 marinos de quienes tenemos información sobre este aspecto (21), la mitad declara saber un idioma extranjero o incluso más. Muchos habían dado la vuelta al mundo varias veces y tenían un nivel de estudios suficiente como para saber al menos francés que era el idioma extranjero más estudiado entonces. 

En cuanto a la religión, tenemos la información de 37 marinos. Veintidós declaran ser católicos, o sea más de la mitad, pero trece declaran no profesar ninguna religión (un 35%), uno es protestante y otro es teosófico (22). Se trata de una información relativa porque las informaciones pueden responder a un afán de presentar una imagen de normalidad ante las autoridades mexicanas. No obstante, en una España tradicionalmente católica, parece que los aconfesionales están representados en una proporción respetable en este grupo, lo que puede indicar que el laicismo propio de la República había sido bien asimilado por su parte.


Dentro de la Armada, la militancia política estaba prohibida y durante la República se volvió a reiterar esta prohibición. Pero la guerra, sin duda, los politizó, aunque, en general, preferían invocar su lealtad al juramento dado al Gobierno legítimo antes que a cualquier militancia política (Fernández, 2009: 300-301). No obstante, dentro del grupo del exilio a México, hemos podido determinar la filiación política, en el momento del exilio, de 29 personas, o sea el 45,3% del grupo. Siete declaran no militar en ningún partido, nueve estaban afiliadas al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), diez lo estaban al Partido Comunista de España (PCE), dos a Izquierda Republicana (IR) y uno a Unión Republicana (UR). Aunque con precauciones, pensamos que el número de afiliados es bastante elevado, lo que vendría a corroborar que fue sin duda más fácil emigrar a México teniendo un patrocinio político.

En cuanto a los orígenes sociales de los miembros del grupo existen grandes diferencias que corresponden a la estructura de la Armada, como hemos visto. Una mayoría, el 66%, provenía de clases modestas o muy modestas (marineros de reemplazo, cabos, auxiliares) y un 24% se puede considerar de clase social alta (oficiales del Cuerpo General y médicos). Ilustración de estas diferencias abismales es el hecho de que encontremos en el mismo barco, el Nyassa, camino a México a dos marinos, Pedro Victoria Arroyo y Norberto Morell. El primero era cabo de marinería antes de 1936, suboficial y miembro del Estado Mayor de la Base de Cartagena durante la guerra. Hijo de carbonero, su madre, ciega y tullida, se suicidó tirándose al pozo del bajo de la carbonería donde vivían (23). Casi en la misma época, Norberto Morell, teniente coronel de Artillería de la Armada, participaba en el cotillón del Casino, “formando pareja con Blanca Manzanares, vestida de crespón rosa, diminutas rositas y finísimos encajes negros realzando [su] encantadora belleza”, según narra el cronista del periódico de Cartagena que daba cumplida información de los acontecimientos de la ciudad (24). Indudablemente, sólo el compromiso con la República, la guerra y el exilio pudieron juntar en un mismo destino a dos marinos de categorías y orígenes sociales tan dispares.

También hemos indagado sobre los puesto de jefatura o de confianza que habían alcanzado durante la guerra los que pudieron marchar a México. Desde ese punto de vista, 46 tuvieron algún cargo en el Estado Mayor, en la Subsecretaría, en Jefaturas, fueron comandantes de algún buque o estuvieron en algún puesto “de confianza”. Representan el 71% del grupo. Teniendo en cuenta que son datos probablemente incompletos, porque los puestos de confianza no eran públicos necesariamente, podemos decir que el grupo de México constituía una especie de “élite” de la Flota republicana.

PRIMEROS PASOS: AYUDAS, SUBSIDIOS, TRABAJO 
¿Cómo fueron los primeros pasos en México? Los exiliados venían de países donde fueron considerados cuasi delincuentes, en los que estuvieron, por lo general, encerrados en campos de concentración o de trabajo bajo mando militar constante, donde eran unos indocumentados, en los cuales les era difícil entender el idioma y que les entendieran. Frente a tantas penurias y humillaciones se encontraron con un México que les dispensó una acogida inolvidable, una similitud lingüística y un gobierno que les facilitó los trámites administrativos. Además fueron acompañados, atendidos y ayudados por organismos como el CTARE y la CAFARE, al menos hasta 1945. 

Aunque parezca obvio, señalaremos lo importante que fue para los exiliados reencontrarse con su idioma. Ángel Landa, después de siete años por los campos del norte de África, lo recordaba así (25): “Una vez en tierra, fue enorme muestra sensación al escuchar a la gente hablar en español igual que nosotros. Ya veníamos de un país bien distinto, donde las gentes hablaba el francés, por tal era el idioma oficial, aparte del árabe, como es natural su idioma natal y un gran número de la población, por ser descendientes de españoles hablaban un castellano muy mal, con la particularidad de este grupo, emigrantes de la parte levantina mediterránea, se daba el caso de que hablaban valenciano y el francés, desconociendo totalmente el español”. Muchos de ellos habían pasado meses –a veces dos o tres años– siendo unos “sin papeles”. En México, recobraron una identidad administrativa con plenos derechos. Dejaron de tener que acudir a requisitorios policiales, necesitar un salvoconducto para desplazarse, tener que pasar listas mañana y tarde. Se les facilitó documentación siendo suficiente su palabra. Se les otorgaron cartas de naturalización a partir de 1940. Sólo necesitaban solicitarlas. De entre los marinos estudiados nos consta fehacientemente la naturalización de diez. Los que no quisieron pudieron hacer su vida sin problema conservando su nacionalidad española.

En el exilio, la familia se convierte a menudo en la patria, las raíces y la razón de ser de un exiliado. En el grupo de marinos sabemos que 16 llegaron con su familia. Posteriormente, entre 1945 y 1949, las familias se fueron recomponiendo. Nos consta la llegada de esposa e hijos en siete casos durante este período de tiempo. Diez exiliados del grupo, que sepamos, se casaron en México, mayoritariamente con españolas. 

Las ayudas, subsidios y auxilios que recibieron los exiliados en México tuvieron dos etapas. Primero, las que dispensó la CTARE hasta diciembre de 1939. Consistían fundamentalmente en proporcionar albergues y comedores para los refugiados. El capitán de corbeta de la RN, Esteban Hernandorena y su familia fueron alojados durante casi un año en el vapor español Manuel Arnús. La hija de este marino, María Pilar, aún recuerda su estancia en este buque: “estuvimos viviendo en él cerca de un año en el puerto de Veracruz, hasta que el barco fue vendido o entregado ya que tengo la foto del día que le entregaron a mi padre la bandera del mismo, también un sinfín de fotos hechas en la cubierta del mismo con mis hermanos y hermana” (26).

La CTARE también hizo entrega de auxilios en metálico. No era su primera intención, pero la dificultad para integrarse en el mundo laboral mexicano hizo que tuviera que recurrir a este tipo de ayudas. Se estableció una cuantía de 2,50 pesos por cabeza de familia más un peso por cada miembro. Otorgaron también préstamos para instalación del hogar, de empresas o despachos (Velázquez, 2012: 150 y 148-149). Un ejemplo de estas ayudas queda reflejada en la biografía del capitán de fragata, Juan Oyarzabal: “A su llegada, su situación económica era crítica, pues no contaba con recursos, sobrevivía gracias a la ayuda que recibía del Comité, la cual era de $2.50 pesos diarios del 17 al 25 de agosto, y de $1.50 pesos diarios del 26 de agosto al 26 de octubre de 1939. Se le dio de baja a petición propia el 15 de noviembre y baja en el comedor [...]. Solicitó al Comité una ayuda de $100.00 para legalizar documentos el 9 de febrero de 1940” (Piña, 2006: 254). 

A partir del invierno 1939-1940 empieza una nueva etapa asumida por la JARE. A partir de entonces se abandonaron los albergues y comedores. Los exiliados recibían al llegar un socorro de instalación y un subsidio y se invirtieron cantidades importantes en préstamos para montar pequeñas industrias. Por ejemplo, el capitán de la RN, Juan Cano Saiz, recibió “socorro de instalación y el subsidio extraordinario” (27) y al ex-subsecretario de Marina, Benjamín Balboa, se le otorgó “el socorro que le corresponda como recién llegado de Francia” (28) y, para formalizar documentación, "cincuenta y un pesos para el pago del importe de la forma 14 y de la carta de viaje, derechos que le son exigidos por la Secretaría de Gobernación” (29).

Se concedieron también préstamos para montar pequeños negocios como en el caso del auxiliar alumno de artillería Miguel Barber Serra, al que se le conceden “quinientos cuarenta pesos para los fines comerciales que señala, a condición de su renuncia al subsidio que actualmente percibe” (30). El auxiliar naval José Andreu Lillo también solicita con otros dos exiliados un préstamo de seiscientos pesos “para instalar un pequeño taller de mecánica y electricidad, [...] mediante la firma de diferentes letras de cambio por importe cada una de ellas de 25 pesos y con vencimientos escalonados de meses a partir del 30 de junio próximo" (31). También se le concedió un préstamo al auxiliar alumno de artillería José Prado Pérez que, con otros dos exiliados, pide mil seiscientos pesos para fines comerciales “a condición de que renuncien al subsidio que actualmente cobran” (32).

Queremos señalar que los exiliados pudieron también recibir otro tipo de ayuda. En 1946, llegaron dos marineros, Teodoro Alluntis y Ángel Landa como miembros de la tripulación del petrolero Minatitlán. Ángel Landa, vasco, recuerda: “Alluntis y yo fuimos a Solidaridad Vasca y vimos al Sr. Jáuregui, el cual nos recibió con mucho entusiasmo. Al instante, nos dio a cada uno 200 pesos (en esos tiempos el salario mínimo era de 5 pesos) y nos dijo que ese dinero se daba a cada vasco que llegase a México en las mismas condiciones que las nuestras” (33).


¿De qué podía trabajar un marino de guerra en la vida civil? ¿En qué campo se podía reubicar? ¿Qué hace un marino de guerra sin profesión civil determinada? (34). Sabemos, aunque de manera limitada en el tiempo, el trabajo que pudieron desarrollar en México 38 refugiados del grupo de marinos. 

Los marinos mercantes prosiguieron con su trabajo. El único marino de guerra que ejerció de marino mercante fue el almirante Luís González de Ubieta que había sido jefe de la Flota republicana y que falleció como capitán del buque mercante Chiriqui que naufragó el 30 de diciembre de 1950 en Bocas de Ceniza, en la desembocadura del Magdalena.

Los médicos, igualmente, siguieron ejerciendo su profesión, siempre y cuando pudieran mostrar sus títulos (Cordero, 1997: 261; Pla, 1999: 305-306). Rafael Villalobos pudo exhibir el suyo porque su suegra lo había enrollado en torno a una varilla de su corsé desde su salida de España (35).

Por lo demás, como le ocurrió a la mayoría de los exiliados, “tuvieron que hacer de todo y este todo generalmente eran actividades muy por debajo de sus capacidades” (Pla, 1999: 255). Así, tenemos el caso de Bruno Alonso, el ex-comisario de la Flota, socialista, tres veces diputado a Cortes, que trabajó de lava-platos o de vigilante nocturno, hasta poder trabajar en un taller mecánico que correspondía a su oficio de origen en Santander(36). El almirante y diputado, Ángel Rizo, tuvo, al principio, que pedir a su hermana que vendiera objetos de su casa de Cartagena para poder sobrevivir, él y toda su familia. Hizo de extra en dos películas, confeccionó cajas de cartón y perfumes en su domicilio, vendió bolsos de señora, fue asesor de una enciclopedia a 3,5 pesos por vocablo hasta que, en torno a 1947 y hasta su jubilación, pudo ejercer como inspector de algunas compañías de seguros navales que era más bien un semi-trabajo (Ayala, 2002: 28).

Hay que señalar también que los refugiados despertaron “numerosos recelos” (Cordero, 1997: 57) entre la opinión pública mexicana, cierta prensa de derechas y los antiguos residentes o gachupines, generalmente franquistas (Tabanera, 1992: 493-5001; Fagen, 1975: 42-47; Cordero, 1997: 47-60; Pla, 1999: 141; Serna, 2011). Pero, aunque no tuvieran sus simpatías, se dieron casos en que ofrecieron trabajo en sus empresas a los recién llegados (Cordero, 1997: 81). Por ejemplo, el médico Rafael Villalobos, fue acogido en Ahome, Sinaloa, por una “familia española con muchas tierras que llevaban allí muchos años y paradójicamente era franquista” (37).

En las zonas rurales, donde el sentimiento antiespañol estaba más arraigado, la situación fue más difícil. Tres marinos del Vita, Álvaro Arechavaleta, Antonio Brouard y Eduardo Echaniz, que habían invertido el dinero recibido por el viaje en una huerta de naranjos en Ciudad Valles, San Luis Potosí, la tuvieron que abandonar al cabo de un año por las presiones de las autoridades potosinas y del cacique. En El Mante, Tamaulipas, sembraron tomate para exportar, pero tuvieron que abandonar también la empresa al ser presionados por ser extranjeros (38). 

Los refugiados, se dice, “aprovecharon la coyuntura favorable de desarrollo de México [...] y consiguieron hacer fortuna” (Cordero, 1997: 88). Es posible que así fuera para unos cuantos. Entre los marinos, vemos que algunos consiguieron tener, aparentemente, puestos de trabajo importantes. Por ejemplo, el ex-auxiliar naval Antonio Yañez Piñero fue industrial que ostentó una cierta buena posición económica; Norberto Morell, ex- teniente coronel de artillería de la Armada, fue gerente de ventas de una casa de maquinaria industrial; Benjamín Balboa, trabajó de gerente de una empresa de importación de papel; el ex-teniente de navío, Vicente Ramírez, fue directivo de una empresa industrial de perfumes en Monterey. Los tres marinos del Vita, que habían tenido que abandonar sus plantaciones de naranjas y tomates, montaron una próspera empresa de pesca de camarón.

Pero, dudamos de que entre los marinos hubiera un “proceso de movilidad social ascendente” (Pla, 2002, 59). Si tenemos en cuenta que, al terminar la guerra, un 71% del grupo, al menos, estaba en jefaturas o en puestos de confianza, no podemos decir que su situación social mejorara particularmente ya que la mayoría tuvo oficios más modestos, como comerciales, representantes, vendedores, empleados. Considerando esta información, no parece que hicieran las Américas.

Hay otro grupo de los que tenemos menos información. Son aquellos que fueron enviados a lo que se llama en México provincia, o sea a las zonas rurales y poco pobladas. Constituyen el lado oscuro del exilio en México por las condiciones de vida totalmente inadecuadas que se les ofreció. La política de colonización agraria y asentamiento en zonas despobladas de México formaba parte de un proyecto personal de Lázaro Cárdenas: Una de las condiciones que puso el gobierno mexicano para aceptar a los refugiados fue que se establecieran mayoritariamente fuera de la ciudad de México (Pla, 1999, 208). Casi todos los marinos vivieron desde el principio en la ciudad de México, pero un cierto número fueron mandados a provincia, nada más desembarcar, donde tuvieron que vivir en condiciones difíciles.

Cuatro marinos, fueron enviados al estado de Puebla dentro de un proyecto que incluía a exiliados españoles que fueron mandados “a labrar las tierras mexicanas desiertas, potencialmente ricas” (Matesanz, 1999: 255). Fue un fracaso porque no pudieron resistir la vida de miseria en la que vivía el campesino mexicano: no tenía casa, dormía en el suelo. Ni había condiciones, ni trabajo, ni fueron bien recibidos, incluso tuvieron amenazas de linchamientos (Ordóñez, 1995: 136).

Otro asentamiento fue San Cristóbal, en Chiapas. De aquí, tenemos información sobre dos marinos, los auxiliares alumnos José García González y José Mosquera Lorenzo, que fueron mandados en un camión para animales nada más bajar del Saint Domingue en 1940. Los refugiados españoles fueron mal recibidos por la población y el trabajo que se les ofreció era de peones pagados a treinta centavos trabajando de sol a sol, lo que no sacaba de la miseria (Pla, 1999: 214).

El proyecto estrella del CTARE fue la Hacienda Santa Clara, en Chihuahua, donde fueron mandados en torno a 400 refugiados para formar una cooperativa agraria (Mateos, 2007: 157-159). Su puesta en marcha sufrió numerosos contratiempos. Uno de ellos fue que, aunque los refugiados hubiesen declarado ser agricultores, realmente no lo eran. La situación, por diversos motivos, se deterioró de forma irremediable.

En estos asentamientos, los terrenos eran un páramo, el clima desolador, no había agua, no había casas, no había infraestructuras, los trabajadores dormían en tiendas de campaña hasta que construían chozas de madera (Ordóñez, 1995; Abdón Mateos, 2007: 157-159; Pla, 1999: 208-230; Velázquez, 2012: 210-223). Si lo pensamos, probablemente no era tan diferente de los campos del norte de África aunque se habían librado de la custodia militar.

CONCLUSIONES 
La investigación sobre el colectivo de marinos que acogió México aporta elementos para conocer mejor esa parte del exilio del común de la que se conoce poco o nada, agrietando esa especie de “ilusión intelectualizante” (Serna, 2011) que envuelve todo el exilio en México.

Es cierto que, como indica Dolores Pla, fue “una emigración selecta en los dos sentidos de la palabra” (Pla, 2001: 162). Efectivamente, fueron seleccionados por criterios más o menos políticos o sociales, sin olvidar los condicionantes geográficos ya que era mucho más fácil embarcar a México desde Francia que desde el norte de África. También hemos constatado que fue un grupo selecto. Se exiliaron a México un ex-ministro de marina, tres comisarios políticos, varios subsecretarios o jefes del Estado Mayor, cuatro comandantes de buques, tres almirantes, un director de hospital, etc. Fue una parte –pequeña- de la élite de la Flota republicana la que se exilió a México. No tanto una élite de clase como una élite de guerra, forjada durante los tres años de contienda.

Respecto a la integración profesional de estos hombres en México, aunque gozaban de cierto nivel cultural y de una buena preparación, tenían un oficio que no servía para nada en la vida civil y que difícilmente podía aportar algo al desarrollo industrial, comercial o agrícola que México necesitaba. Por ello tuvieron dificultades para encontrar un medio de vida. Quizás también se debería revisar la idea recurrente de que los exiliados tuvieron una vida de éxito en México. Es cierto que pudieron reinventarse una nueva vida, porque, como decía el contralmirante Valentín Fuentes, que se quedó en París, en la marina hay que saber hacer de todo y lo hicieron. En los casos que conocemos, con dignidad. Algunos llevando una vida económicamente desahogada. Otros, más modesta. Y para aquellos que fueron mandados a provincia, fue probablemente un camino lleno de dificultades.



NOTAS
1. Correspondencia entre Luís Gonzalez de Ubieta y David Gasca. Archivo privado. 
2 CDMH/2.19.13.2. Fondo Carlos Esplá, Sig. 3.2b2321. 
3 Fundación Pablo Iglesias. Secretaría de Relaciones Exteriores de México, Sig. AEMFRA-341-11.
4 Tarjetas de Identificación del Servicio de Migración. Archivo General de la Nación de México (AGN). Signaturas copias digitales, AGA,RIEM,025,117; AGA,RIEM,233,169; AGA, RIEM,214,110. Se trata del oficial radiotelegrafista Benjamín Balboa y de los tenientes de navío Antonio Ruíz González y Vicente Ramírez Togores. 
5 Carta del 7 de noviembre de 1946. CDMH, Fondo Carlos Esplá, sig. MF/R-5673. Los dos eran alicantinos y de Izquierda Republicana. Todos los años, Nicolás Furió escribía en la fecha aniversario de su llegada a México a Carlos Esplá, agradeciéndole su atención. Era una deuda de por vida. 
6 Listas de embarque del Sinaia, Mexique e Ipanema de la Fundación Pablo Iglesias. Son los casos de José Anca (PSOE), José Hermo (PCE), Pedro Paul Pons (PCE), del Sinaia; de Guillermo Aneiros (ningún partido), Benito Dopico Ferreiro (ningún partido), Andrés García Gabín (ningún partido), Juan Gómez Monteagudo (ningún partido), Antonio Yañez Piñeiro (ningún partido) del Ipanema; de Lucas Amil Mosquera (PSOE) y Francisco Naves Ruiz (PSOE) del Mexique.
7 Centre des Archives Diplomatiques de Nantes (CADN) Fonds de la Résidence française en Tunisie, 2 MI 563, folio 265, folio 571 y correos electrónicos con Luis Benet, nieto de Carlos Fernández Alonso, marzo 2015, y con Verónica Salido Mosquera, nieta de José Mosquera Lorenzo, mayo 2015. 
8 Estudio propio hecho a partir de la relación sobre esta logia en José AYALA, 1989, 303-304. 
9 CDMH/1.39.2.13.2. Sig.: 3.2c/2375.
10 Holocaust Encyclopedia, http://www.ushmm.org/wlc/en/article.php?ModuleId=10 007516 [Consultado el 5 de agosto 2014]. 
11 “New York, New York Passenger and Crew Lists, 1909, 1925-1957,” NARA microfilm publication T715 ; FHL microfilm 1,758,088.
12 “Passenger and Crew Lists of Vessels Arriving at New York, New York, 1897-1957” nº de publicación: T715, nº de microfilm: 6580. 
13 “Passenger and Crew Lists of Vessels Arriving at New York, New York, 1897-1957”. nº de publicación: T715, nº de microfilm: 6601.
14 Salida de Túnez en CADN, 2 MI 563, folio 457. Viaje a Nueva York, “Passenger and Crew Lists of Vessels Arriving at New York, New York, 1897-1957”. Número de publicación T715, Número de microfilm: 6347. 
15 Correo electrónico de Mª Ángeles Varela, hija de Onofre Varela, junio 2013. 
16 Decreto del 10 de julio de 1931 y ley del 24 de noviembre de 1931.
17 Todos los cabos que estaban en la Flota republicana en julio de 1939 fueron promovidos a Auxiliares Alumno (suboficiales) en los D.O. 02/11/1937, 05/11/1937, 6/11/1937, 04/12/1937, 13/12/1937, 8/01/1938, 18/01/1938, 25/01/1938, 03/02/1938, 10/02/1938, 28/02/1938, 07/03/1938, 02/04/1938, 16/04/1938, 27/04/1938, 02/05/1938, 24/05/1938, 27/05/1938, 07/6/1938, 22/06/1938, 25/06/1938, 27/08/1938, 14/09/1938. Elaboración propia. 
18 Cifra de elaboración propia en base a las informaciones recogidas sobre los oficiales del Cuerpo General de la Armada.
19 CADN, 2 MI 563, folio 266.
20 Para sacar esta media hemos recurrido a la “Relación de personal evacuado del Cervantes”
del AGMAB. Leg.396-25 que recoge la lista de los 600 primeros marinos que desembarcaron
en Túnez el 7 de marzo de 1939. La edad media es de 27,6 años.
21 Tarjetas de Identificación del Servicio de Migración. Archivo General de la Nación
de México (AGN). ES.28005.AGA.
22 Se trata de un movimiento filosófico que pretende alcanzar el conocimiento de dios
por auto-conocimiento espiritual.
23 El Porvenir (Cartagena), 1921/04/27, p. 01.
24 El Eco de Cartagena, 1923/04/23, p. 01.
25 Memorias de Ángel Landa, p. 147. Inéditas. Archivo privado.
26 María Pilar Hernandorena Arrazola en http://vidamaritima.com [consultado 8 diciembre,
2014].
27 CDMH. Fondo Carlos Esplá. Libros III y IV. Acta nº 198. Reunión del día 20 de
marzo de 1942.
28 CDMH: ibíd. Acta nº 121. Reunión del día 14 de octubre de 1941.
29 CDMH: ibíd. Acta nº 143. Reunión del día 2 de diciembre de 1941.
30 CDMH. Fondo Carlos Esplá. Libros III y IV. Acta nº 46. Reunión del día 8 de mayo
de 1941.
31 CDMH: ibíd. Acta nº 167. Reunión del día 19 de enero de 1942.
32 CDMH: ibíd. Acta nº 22. Reunión del 21 de marzo de 1941.
33 Memorias de Ángel Landa, p. 150. Archivo privado.
34 CDMH/1.39.2.13.2 JARE petición de Emilio Martínez Panceira, sig 3.2a/2261.
35 Correos electrónicos con su sobrino-nieto Antonio Villalobos y su hija Silvia Villalobos
en abril y mayo 2015 y el blog genealógico http://elrincondelosvillalobos.blogspot.
com.es/.
36 Carlos González Alonso, su nieto, en diario Alerta 15/07/2003.
37 Correos electrónicos con su sobrino-nieto Antonio Villalobos y su hija Silvia Villalobos
en abril y mayo 2015 y el blog genealógico http://elrincondelosvillalobos.blogspot.
com.es/.
38 José Rómulo Félix Gastélum “Antonio Brouard: Del Vita y el Tesoro de España en
1939 a la pesca de camarón en Guaymas, Sonora en los años 1950.”, correo electrónico
agosto de 2015.


BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA
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martes, 1 de enero de 2019

ELLAS


Victoria Díaz Alcázas y José Fernández Navarro en 1948, cuando se casaron por 2º vez en Francia. 

Hace unos días, de vuelta de Burdeos, al pasar por Irún crucé el Bidasoa por un puente. Es un río ancho, muy caudaloso y amarillo y sucio, al menos en estos días. Por algún paso menos ancho y profundo pasó mi madre la frontera en 1948, cruzando este río con el agua por encima de la cintura. El guía les había advertido: si alguien resbalaba había que dejarlo ir, sino se ahogarían juntos. A ella, que era la más joven, la llevó cogida del brazo durante la travesía.

En la madrugada del 5 de marzo de 1939, su marido, el teniente de navío del nuevo Cuerpo de la Marina Republicana, José Fernández Navarro, había marchado al barco, “a ver qué pasaba”, ya que había rumores de que la quinta columna había cogido las calles de Cartagena y paraba a los marinos. Pero, aseguró a su mujer, Victoria Díaz Alcázas, “no te preocupes, estoy de vuelta para que desayunemos juntos a las nueve”.
Siete años pasaron antes de que se pudieran tomar ese desayuno juntos.

Mi madre, protegida por su hermana y su cuñado, falangistas de pro, sobrevivió en casa de sus padres como una señorita bien de provincias, ni soltera ni viuda ni casada puesto que su matrimonio civil había sido anulado. Encerrada en casa, sólo salía a pasear algunas tardes, cogida del brazo de su hermana y su cuñado. Tuvo “suerte” ya que no fue fácil ser la mujer de un “rojo” en la España de la posguerra.

Para subsistir, muchas mujeres recurrieron a las labores. Pero estaban estigmatizadas y nadie les daba trabajo. Por eso, en general, tuvieron que marchar donde no las conociesen.


Josefina Valverde con su hijo José. 

Josefina Valverde, mujer del auxiliar alumno de artillería Alfredo Martí, se quedó sola y con un hijo pequeño (1). “Nunca había trabajado pero yo sabía coser y me ofrecía a coser en las casas. Pero nadie me daba trabajo. Me tuve que ir a Murcia. Pasé mucho.”, recordaba años después.

Carmen Ibáñez Muñoz, la mujer del oficial radiotelegrafista Francisco López Estrella, tampoco pudo quedarse en Cartagena. Recordaba su hija (2):
“Tuvo que marchar a Madrid. Trabajaba cosiendo en casas adineradas por cinco pesetas diarias y la comida”. Las niñas, nos quedamos al cuidado de una tía. Muchas veces íbamos a comer al Auxilio Social”.

El terror que reinó en la posguerra franquista las persiguió, aunque no hubieran tenido ninguna actividad política. Se las persiguió por sus vinculaciones familiares.

Micaela  Vila (3), esposa del marinero Onofre Valera, sufre su particular tragedia que cuenta su hijo:
“Se quedó sola conmigo en Cartagena. Se fue a Asturias, a casa de sus suegros para salir adelante. A casa de los abuelos iba la guardia civil de vez en cuando, se los llevaba, les daban palizas”


Carmen Martínez Moreno y su marido José Rosique Solana en Inglaterra.

Carmen Martínez Moreno era la mujer del marinero José Rosique Solano, cocinero en el “Gravina”. Tardó 3 años en saber que seguía vivo a través de una discreta postal mandada a un familiar desde Kasserine, en Túnez, en la que preguntaba por la salud de su “prima” Carmen. Un día, en Cartagena, la llamaron de Comisaría. Acudió, atemorizada. Su hija recordaba (4) que,
le llamaron la atención por ser la mujer de un rojo y le señalaron cartas de mi padre que estaban expuestas en un tablero y se las zarandearon y rompieron delante de sus narices sin que ella las pudiera ni leer. Ella solo pudo llorar, pero la dejaron marchar a casa”.

Josefina Martínez Cinza, esposa del auxiliar alumno de Artillería David Fernández Dopico, sufre cárcel. Su hijo cuenta (5):
“En 1947, ocurrió algo terrible e inesperado. Una tarde vinieron a casa de mi madre y de sus dos hermanas tres miembros de la guardia civil y se las llevaron presas. Son llevadas al Cuartel de la Guardia civil de Jubia y detenidas durante 1 mes. Son interrogadas y tratadas brutalmente. Luego son destinadas a la cárcel donde permanecieron 6 meses.”

Todas comprenden que corren peligro.
Pero salir de España en la década de los 40’ no es fácil. Se necesitan permisos para circular dentro de España, las fronteras con Francia están intermitentemente cerradas, no tienen dinero y no es fácil obtener papeles sin avales. 


Pepita Martínez Cinza con su hija mayor en mayo de 1942. 

Es lo que intentará hacer Josefina Martínez Cinza, según narra su hijo (6).

 “en el año 1949, tras viajar en tren […] llegó por fin a Barcelona acompañada de un familiar. Se alojaron en un hostal durante un mes tratando de arrancar la documentación para cruzar la frontera. Rechazada la tramitación de la documentación y acompañados de un guía marcharon hacia Francia pasando clandestinamente, de noche, a través de carreteras con su hija” ... “Pasaron un mes en Perpignan en una especie de campo de concentración hasta que obtuvo el "Certificat d'identité et de Voyage" y embarcaron en Port-Vendres el 15 de octubre de 1949 hacia Oran.”




Encarnación González Martínez y Baltasar Sánchez Huertas. el día de su boda en 1934.

Encarnación Gónzález Martínez (7), esposa del cabo fogonero Baltasar Sánchez Huertas, intentará pasar la frontera en 1947 con sus dos hijos, siendo detenida. Con mucha suerte pudo volver a Cartagena. Lo logrará en 1950 aunque en la frontera le quitaron el dinero que llevaba y aún tuvo que esperar en Marsella casi un año para poderse reunir con su marido que estaba en Oran, doce años después. Durante esos años, Encarnación vivió trabajando en la alpargataría de su padre, que estaba en la cárcel de Hellín. Vinieron a buscar a su hijo que "estaba de vacaciones pagadas por el Estado francés en Argelès-sur-Mer" y por no volver con las manos vacías se llevaron al padre.


Vistas del río Bidasoa tomadas desde Hendaya, en Francia, por el teniente de navío José Fernández Navarro. Se distingue la caseta y el guardia civil al lado
Victoria Díaz Alcázas, la esposa del teniente José Fernández Navarro, también pasa la frontera clandestinamente (8):
“Una noche de octubre de 1937 llamó a la casa [en Cartagena] un vasco. Traía un anillo de mi marido como prueba de que venía de su parte. Era un guía. Acudía a buscarme para pasar a Francia clandestinamente ya que la frontera estaba cerrada. Al día siguiente nos marchamos con una maletita pequeña hasta Madrid donde recogimos a dos jóvenes condenados a muerte y que huían. Viajamos en el tren, separados, como si no nos conociéramos, hasta Irún. Seguimos hasta Martutene donde dormimos en un caserío. Allí dejamos el equipaje, no podíamos ir cargados. Había una habitación entera llena de maletas. Al día siguiente, al anochecer, después de esperar a otro fugado, cogimos un trenecillo que nos dejó en una estación perdida en la montaña. Dejamos los zapatos y nos calzamos alpargatas para no hacer ruido al caminar. Emprendimos la marcha en silencio hasta que el guía nos conminó a echarnos al suelo, junto a un caserío, mientras él iba a ver si el camino estaba libre. Se fue, arrastrándose por el suelo y se lo tragó la oscuridad. Mudos, pegados a la pared de la casa esperamos. Los minutos se hacían eternos. Aún recuerdo que dentro de la casa se oía el tic-tac del reloj de pared. Al rato volvió el guía: «Ahora, seguidme» susurró. Nos tiramos por un terraplén y apareció el río Bidasoa. Nos metimos en la corriente, con el agua hasta más arriba de la cintura, por un vado. La corriente era tan fuerte que un pequeño resbalón era la muerte. La víspera, la guardia civil, metida hasta la mitad del río, tiroteó y mató a una mujer con su hijo en brazos. El guía nos avisó de que cuando llegáramos a la otra orilla corriéramos a escondernos detrás de los arbustos porque la guardia civil, a veces, no tenía empacho en matar aun estando ya en territorio francés”

Algunas estaban casadas civilmente o sea un matrimonio “nulo a todos los efectos” en la España franquista. Se tuvieron que casar de nuevo por poderes. Esto permitía justificar la petición de pasaporte. 

Josefa Martínez Paredes, la mujer del auxiliar alumno de artillería Félix Agüera, tiene, además, que comprometerse por escrito a traer de vuelta a España a su marido. Llegó a Túnez en 1949 con su hija que sólo tenía meses cuando su padre tuvo que exiliarse (9).  

José González López con Manuela Collado López y su hija Mª Luisa González Collado en Túnez en Ferryville (actualmente Menzel Bourguiba) en 1950. 

Mª Luisa González Collado (10), hija del zapatero del "Libertad", José González López, cuenta el viaje que emprendieron junto a su madre, Manuela Collado López:
“Mi madre se quedó con tres hijos sola. En el 47 nos fuimos a Túnez, donde estaba mi padre. Tardamos 11 días. Fuimos a Melilla, pasando la frontera del Marruecos español por Oujda. Cruzamos Argelia y llegamos a Túnez en tren. Mi padre fue a buscarnos. Esa noche dormimos en la casa en Ferryville. Ese día conocí a mi padre. Cuando se fue yo tenía tres años”.


Carmen Martínez Moreno, la esposa del marinero cocinero José Rosique Solano, también se plantea irse a Inglaterra que es donde está su marido después de luchar con los ingleses durante la IIª Guerra Mundial. Nos lo explica su hija (11):
“Carmen tardó un largo año en hacerse el pasaporte, cuando se entera un día que un barco cargado de naranjas salía del puerto de Cartagena, hacia Londres. No se lo pensó dos veces, cogió una pequeña maleta, se despidió de su familia y ¡se embarcó!
Aquel viaje de 8 días fue una odisea para ella”.

María Evaristo López (12), la mujer del auxiliar 2º de Artillería Juan Román Jiménez, consiguió un pasaporte engañando y sobornando (mediante mucho dinero) a un comisario de policía. Recuerda su hija, Mª José, que tenía seis meses cuando su padre se tuvo que exiliar y que no lo conoció hasta 10 años después:

“En el mismo momento que lo tuvo en la mano, me fue a buscar, cogió el primer autobús desde Pontevedra hasta Vigo, embarcó en un buque hasta Cádiz y desde esta ciudad un tren de pescado nos llevó hasta Algeciras. Alcanzamos Tánger en barco y después Casablanca. De aquella ciudad recuerdo sobre todo el pan blanco que veía y comía por primera vez. Después alcanzamos Túnez y yo, que tenía 6 meses cuando terminó la guerra de España, pude al fin conocer a mi padre, diez años después”.
           
Hubo mujeres condenadas a muerte o a largas penas de cárcel y “La función maternal fue utilizada como forma específica de castigo ‘de género’ sobre las mujeres presas” (13). Los niños pequeños ingresaban junto a la madre en las cárceles o eran entregados en adopción o a instituciones religiosas. 
Elvira Casado Martinez cuando salió de la cárcel y pudo reunirse con su hija mayor en 1944.

Entre las mujeres de los marinos tenemos el caso de Elvira Casado Martínez (14), esposa del cabo fogonero Fulgencio Jover Fernández, que rememora su nieto, Manuel Ramírez Jover: 
“Elvira, fue detenida en Cartagena en el segundo semestre de 1939. Encarcelada en la Prisión de la ciudad de Cartagena. Fue juzgada sin asistencia letrada y condenada a dos penas de muerte por un tribunal militar de forma sumarísima.  Considerada como elemento subversivo y peligroso. Tenía 2 niñas y un niño que, al ser muy pequeño, la autoridad militar le permitió que estuviese con ella en la cárcel. Mientras estuvo presa en Cartagena mi madre [ una de las hijas de Elvira] iba a verla y en más de una ocasión mi abuela la escondía con la colchoneta y pasaban la noche juntas. Contaba mi abuela el terror que pasaban de noche cuando de madrugada sacaban a presos para fusilarlos, siempre pensó que alguna de esas veces sería su turno. A mi abuela la trasladaron a una cárcel de Gerona en trenes de mercancías al más puro estilo nazi. También estuvo en Tarragona y por último en la cárcel de mujeres de Málaga. Esta situación desembocó con el internamiento de sus tres hijos en el colegio de la Misericordia de Cartagena. En ese momento, mi madre con 9 años, mi tía con 11 años y mi tío con unos 5, perdieron de vista a sus padres, aunque mantuvieron con ellos una exigua correspondencia. A mi abuela Elvira le conmutaron las dos condenas de muerte por 30 años y un día. Su libertad condicional se produjo en Málaga el 10 de agosto de 1944 pero tuvo que permanecer en Málaga [su última cárcel] presentándose ante la autoridad todas las semanas hasta una década después. No fue hasta 1957, cuando pudieron viajar a Casablanca para por fin reunirse como familia”.

El exilio de las mujeres no termina, por supuesto, con su salida del país. A partir de ese momento, en realidad, empieza otra historia que es la adaptación a un país, una sociedad, unas costumbres que no eran las suyas.

Empiezan otras luchas, otra etapa del interminable exilio.







PS: si alguien sabe el recorrido de la mujer de algún marino, puede contactarme y la incluiré en esta entrada. 





(1) Entrevista a Josefina Valverde el 31 de enero de 2006.
(2) http://exiliorepublicano.org/carmen_lopez.html#inicio  y entrevista con Carmen López Ibáñez y José Carlos López Ibáñez, sus hijos, el 13/10/2006 y 14/11/2006.
(3) Carta de Manuel Varela Vila, su hijo, del 25/10/2010 y el blog http://leyendaehistoria.blogspot.com/2010_09_01_archive.html
(4) Correo de su hija Mary Rosique el 10/07/2010.
(5) Conversaciones telefónicas con su hijo David Fernández Martínez el 06/03/2007 y el 26/12/2018, correo electrónico de 29 de diciembre 2018.
(6) Enrique Barrera y Bruno González (Coord.), (2007). Retallos da Memoria. EQUONA Deseño Editorial, S.L. y conversaciones telefónicas con su hijo David Fernández Martínez el 06/03/2007 y el 26/12/2018 y correo electrónico el 29/12/2018.
(7) Relato de su hijo Roberto Sánchez, correo electrónico de 2012 y 2014 y correo electrónico de su sobrina-nieta Pilu Sánchez Soriano que tuvo la amabilidad de facilitarme la foto.
(8) Conversación con Victoria Díaz Alcázar en enero 2007.
(9) Conversaciones telefónicas con su hijo Félix Agüera Martínez y correspondencia por mails desde el 22/08/2009 hasta 28/12/2018.
(10) Carta de M.ª Luisa González Collado el 04/02/2007.
(11) Correo electrónico del 10/07/2010.
(12) Entrevista con su hija el 25 de agosto de 2006 y el 7 de octubre de 2007.
(13) Ana Aguado y Vicente Verdugo, (2011), “Las cárceles franquistas de las mujeres en Valencia. Castigar, purificar y reeducar”, Studia Histórica, Historia Contemporánea, nº 29 pp. 55-85; p. 72
(14) Correos electrónicos de su nieto, Manuel Ramírez Jover, en 2009, 2014 y 2019.