martes, 1 de enero de 2019

ELLAS


Victoria Díaz Alcázas y José Fernández Navarro en 1948, cuando se casaron por 2º vez en Francia.

Hace unos días, de vuelta de Burdeos, al pasar por Irún crucé el Bidasoa por un puente. Es un río ancho, muy caudaloso y amarillo y sucio, al menos en estos días. Por algún paso menos ancho y profundo pasó mi madre la frontera en 1948, cruzando este río con el agua por encima de la cintura. El guía les había advertido: si alguien resbalaba había que dejarlo ir, sino se ahogarían juntos. A ella, que era la más joven, la llevó cogida del brazo durante la travesía.

En la madrugada del 5 de marzo de 1939, su marido, el teniente de navío del nuevo Cuerpo de la Marina Republicana, José Fernández Navarro, había marchado al barco, “a ver qué pasaba”, ya que había rumores de que la quinta columna había cogido las calles de Cartagena y paraba a los marinos. Pero, aseguró a su mujer, Victoria Díaz Alcázas, “no te preocupes, estoy de vuelta para que desayunemos juntos a las nueve”.
Siete años pasaron antes de que se pudieran tomar ese desayuno juntos.

Mi madre, protegida por su hermana y su cuñado, falangistas de pro, sobrevivió en casa de sus padres como una señorita bien de provincias, ni soltera ni viuda ni casada puesto que su matrimonio civil había sido anulado. Encerrada en casa, sólo salía a pasear algunas tardes, cogida del brazo de su hermana y su cuñado. Tuvo “suerte” ya que no fue fácil ser la mujer de un “rojo” en la España de la posguerra.

Para subsistir, muchas mujeres recurrieron a las labores. Pero estaban estigmatizadas y nadie les daba trabajo. Por eso, en general, tuvieron que marchar donde no las conociesen.


Josefina Valverde con su hijo José. 

Josefina Valverde, mujer del auxiliar alumno de artillería Alfredo Martí, se quedó sola y con un hijo pequeño (1). “Nunca había trabajado pero yo sabía coser y me ofrecía a coser en las casas. Pero nadie me daba trabajo. Me tuve que ir a Murcia. Pasé mucho.”, recordaba años después.

Carmen Ibáñez Muñoz, la mujer del oficial radiotelegrafista Francisco López Estrella, tampoco pudo quedarse en Cartagena. Recordaba su hija (2):
“Tuvo que marchar a Madrid. Trabajaba cosiendo en casas adineradas por cinco pesetas diarias y la comida”. Las niñas, nos quedamos al cuidado de una tía. Muchas veces íbamos a comer al Auxilio Social”.

El terror que reinó en la posguerra franquista las persiguió, aunque no hubieran tenido ninguna actividad política. Se las persiguió por sus vinculaciones familiares.

Micaela  Vila (3), esposa del marinero Onofre Valera, sufre su particular tragedia que cuenta su hijo:
“Se quedó sola conmigo en Cartagena. Se fue a Asturias, a casa de sus suegros para salir adelante. A casa de los abuelos iba la guardia civil de vez en cuando, se los llevaba, les daban palizas”


Carmen Martínez Moreno y su marido José Rosique Solana en Inglaterra.

Carmen Martínez Moreno era la mujer del marinero José Rosique Solano, cocinero en el “Gravina”. Tardó 3 años en saber que seguía vivo a través de una discreta postal mandada a un familiar desde Kasserine, en Túnez, en la que preguntaba por la salud de su “prima” Carmen. Un día, en Cartagena, la llamaron de Comisaría. Acudió, atemorizada. Su hija recordaba (4) que,
le llamaron la atención por ser la mujer de un rojo y le señalaron cartas de mi padre que estaban expuestas en un tablero y se las zarandearon y rompieron delante de sus narices sin que ella las pudiera ni leer. Ella solo pudo llorar, pero la dejaron marchar a casa”.

Josefina Martínez Cinza, esposa del auxiliar alumno de Artillería David Fernández Dopico, sufre cárcel. Su hijo cuenta (5):
“En 1947, ocurrió algo terrible e inesperado. Una tarde vinieron a casa de mi madre y de sus dos hermanas tres miembros de la guardia civil y se las llevaron presas. Son llevadas al Cuartel de la Guardia civil de Jubia y detenidas durante 1 mes. Son interrogadas y tratadas brutalmente. Luego son destinadas a la cárcel donde permanecieron 6 meses.”

Todas comprenden que corren peligro.
Pero salir de España en la década de los 40’ no es fácil. Se necesitan permisos para circular dentro de España, las fronteras con Francia están intermitentemente cerradas, no tienen dinero y no es fácil obtener papeles sin avales. 


Pepita Martínez Cinza con su hija mayor en mayo de 1942. 

Es lo que intentará hacer Josefina Martínez Cinza, según narra su hijo (6).

 “en el año 1949, tras viajar en tren […] llegó por fin a Barcelona acompañada de un familiar. Se alojaron en un hostal durante un mes tratando de arrancar la documentación para cruzar la frontera. Rechazada la tramitación de la documentación y acompañados de un guía marcharon hacia Francia pasando clandestinamente, de noche, a través de carreteras con su hija” ... “Pasaron un mes en Perpignan en una especie de campo de concentración hasta que obtuvo el "Certificat d'identité et de Voyage" y embarcaron en Port-Vendres el 15 de octubre de 1949 hacia Oran.”




Encarnación González Martínez y Baltasar Sánchez Huertas. el día de su boda en 1934.

Encarnación Gónzález Martínez (7), esposa del cabo fogonero Baltasar Sánchez Huertas, intentará pasar la frontera en 1947 con sus dos hijos, siendo detenida. Con mucha suerte pudo volver a Cartagena. Lo logrará en 1950 aunque en la frontera le quitaron el dinero que llevaba y aún tuvo que esperar en Marsella casi un año para poderse reunir con su marido que estaba en Oran, doce años después. Durante esos años, Encarnación vivió trabajando en la alpargataría de su padre, que estaba en la cárcel de Hellín. Vinieron a buscar a su hijo que "estaba de vacaciones pagadas por el Estado francés en Argelès-sur-Mer" y por no volver con las manos vacías se llevaron al padre.


Vistas del río Bidasoa tomadas desde Hendaya, en Francia, por el teniente de navío José Fernández Navarro. Se distingue la caseta y el guardia civil al lado
Victoria Díaz Alcázas, la esposa del teniente José Fernández Navarro, también pasa la frontera clandestinamente (8):
“Una noche de octubre de 1937 llamó a la casa [en Cartagena] un vasco. Traía un anillo de mi marido como prueba de que venía de su parte. Era un guía. Acudía a buscarme para pasar a Francia clandestinamente ya que la frontera estaba cerrada. Al día siguiente nos marchamos con una maletita pequeña hasta Madrid donde recogimos a dos jóvenes condenados a muerte y que huían. Viajamos en el tren, separados, como si no nos conociéramos, hasta Irún. Seguimos hasta Martutene donde dormimos en un caserío. Allí dejamos el equipaje, no podíamos ir cargados. Había una habitación entera llena de maletas. Al día siguiente, al anochecer, después de esperar a otro fugado, cogimos un trenecillo que nos dejó en una estación perdida en la montaña. Dejamos los zapatos y nos calzamos alpargatas para no hacer ruido al caminar. Emprendimos la marcha en silencio hasta que el guía nos conminó a echarnos al suelo, junto a un caserío, mientras él iba a ver si el camino estaba libre. Se fue, arrastrándose por el suelo y se lo tragó la oscuridad. Mudos, pegados a la pared de la casa esperamos. Los minutos se hacían eternos. Aún recuerdo que dentro de la casa se oía el tic-tac del reloj de pared. Al rato volvió el guía: «Ahora, seguidme» susurró. Nos tiramos por un terraplén y apareció el río Bidasoa. Nos metimos en la corriente, con el agua hasta más arriba de la cintura, por un vado. La corriente era tan fuerte que un pequeño resbalón era la muerte. La víspera, la guardia civil, metida hasta la mitad del río, tiroteó y mató a una mujer con su hijo en brazos. El guía nos avisó de que cuando llegáramos a la otra orilla corriéramos a escondernos detrás de los arbustos porque la guardia civil, a veces, no tenía empacho en matar aun estando ya en territorio francés”

Algunas estaban casadas civilmente o sea un matrimonio “nulo a todos los efectos” en la España franquista. Se tuvieron que casar de nuevo por poderes. Esto permitía justificar la petición de pasaporte. 

Josefa Martínez Paredes, la mujer del auxiliar alumno de artillería Félix Agüera, tiene, además, que comprometerse por escrito a traer de vuelta a España a su marido. Llegó a Túnez en 1949 con su hija que sólo tenía meses cuando su padre tuvo que exiliarse (9).  

José González López con Manuela Collado López y su hija Mª Luisa González Collado en Túnez en Ferryville (actualmente Menzel Bourguiba) en 1950. 

Mª Luisa González Collado (10), hija del zapatero del "Libertad", José González López, cuenta el viaje que emprendieron junto a su madre, Manuela Collado López:
“Mi madre se quedó con tres hijos sola. En el 47 nos fuimos a Túnez, donde estaba mi padre. Tardamos 11 días. Fuimos a Melilla, pasando la frontera del Marruecos español por Oujda. Cruzamos Argelia y llegamos a Túnez en tren. Mi padre fue a buscarnos. Esa noche dormimos en la casa en Ferryville. Ese día conocí a mi padre. Cuando se fue yo tenía tres años”.


Carmen Martínez Moreno, la esposa del marinero cocinero José Rosique Solano, también se plantea irse a Inglaterra que es donde está su marido después de luchar con los ingleses durante la IIª Guerra Mundial. Nos lo explica su hija (11):
“Carmen tardó un largo año en hacerse el pasaporte, cuando se entera un día que un barco cargado de naranjas salía del puerto de Cartagena, hacia Londres. No se lo pensó dos veces, cogió una pequeña maleta, se despidió de su familia y ¡se embarcó!
Aquel viaje de 8 días fue una odisea para ella”.

María Evaristo López (12), la mujer del auxiliar 2º de Artillería Juan Román Jiménez, consiguió un pasaporte engañando y sobornando (mediante mucho dinero) a un comisario de policía. Recuerda su hija, Mª José, que tenía seis meses cuando su padre se tuvo que exiliar y que no lo conoció hasta 10 años después:

“En el mismo momento que lo tuvo en la mano, me fue a buscar, cogió el primer autobús desde Pontevedra hasta Vigo, embarcó en un buque hasta Cádiz y desde esta ciudad un tren de pescado nos llevó hasta Algeciras. Alcanzamos Tánger en barco y después Casablanca. De aquella ciudad recuerdo sobre todo el pan blanco que veía y comía por primera vez. Después alcanzamos Túnez y yo, que tenía 6 meses cuando terminó la guerra de España, pude al fin conocer a mi padre, diez años después”.
           
Hubo mujeres condenadas a muerte o a largas penas de cárcel y “La función maternal fue utilizada como forma específica de castigo ‘de género’ sobre las mujeres presas” (13). Los niños pequeños ingresaban junto a la madre en las cárceles o eran entregados en adopción o a instituciones religiosas. 
Elvira Casado Martinez cuando salió de la cárcel y pudo reunirse con su hija mayor en 1944.

Entre las mujeres de los marinos tenemos el caso de Elvira Casado Martínez (14), esposa del cabo fogonero Fulgencio Jover Fernández, que rememora su nieto, Manuel Ramírez Jover: 
“Elvira, fue detenida en Cartagena en el segundo semestre de 1939. Encarcelada en la Prisión de la ciudad de Cartagena. Fue juzgada sin asistencia letrada y condenada a dos penas de muerte por un tribunal militar de forma sumarísima.  Considerada como elemento subversivo y peligroso. Tenía 2 niñas y un niño que, al ser muy pequeño, la autoridad militar le permitió que estuviese con ella en la cárcel. Mientras estuvo presa en Cartagena mi madre [ una de las hijas de Elvira] iba a verla y en más de una ocasión mi abuela la escondía con la colchoneta y pasaban la noche juntas. Contaba mi abuela el terror que pasaban de noche cuando de madrugada sacaban a presos para fusilarlos, siempre pensó que alguna de esas veces sería su turno. A mi abuela la trasladaron a una cárcel de Gerona en trenes de mercancías al más puro estilo nazi. También estuvo en Tarragona y por último en la cárcel de mujeres de Málaga. Esta situación desembocó con el internamiento de sus tres hijos en el colegio de la Misericordia de Cartagena. En ese momento, mi madre con 9 años, mi tía con 11 años y mi tío con unos 5, perdieron de vista a sus padres, aunque mantuvieron con ellos una exigua correspondencia. A mi abuela Elvira le conmutaron las dos condenas de muerte por 30 años y un día. Su libertad condicional se produjo en Málaga el 10 de agosto de 1944 pero tuvo que permanecer en Málaga [su última cárcel] presentándose ante la autoridad todas las semanas hasta una década después. No fue hasta 1957, cuando pudieron viajar a Casablanca para por fin reunirse como familia”.

El exilio de las mujeres no termina, por supuesto, con su salida del país. A partir de ese momento, en realidad, empieza otra historia que es la adaptación a un país, una sociedad, unas costumbres que no eran las suyas.

Empiezan otras luchas, otra etapa del interminable exilio.







PS: si alguien sabe el recorrido de la mujer de algún marino, puede contactarme y la incluiré en esta entrada. 





(1) Entrevista a Josefina Valverde el 31 de enero de 2006.
(2) http://exiliorepublicano.org/carmen_lopez.html#inicio  y entrevista con Carmen López Ibáñez y José Carlos López Ibáñez, sus hijos, el 13/10/2006 y 14/11/2006.
(3) Carta de Manuel Varela Vila, su hijo, del 25/10/2010 y el blog http://leyendaehistoria.blogspot.com/2010_09_01_archive.html
(4) Correo de su hija Mary Rosique el 10/07/2010.
(5) Conversaciones telefónicas con su hijo David Fernández Martínez el 06/03/2007 y el 26/12/2018, correo electrónico de 29 de diciembre 2018.
(6) Enrique Barrera y Bruno González (Coord.), (2007). Retallos da Memoria. EQUONA Deseño Editorial, S.L. y conversaciones telefónicas con su hijo David Fernández Martínez el 06/03/2007 y el 26/12/2018 y correo electrónico el 29/12/2018.
(7) Relato de su hijo Roberto Sánchez, correo electrónico de 2012 y 2014 y correo electrónico de su sobrina-nieta Pilu Sánchez Soriano que tuvo la amabilidad de facilitarme la foto.
(8) Conversación con Victoria Díaz Alcázar en enero 2007.
(9) Conversaciones telefónicas con su hijo Félix Agüera Martínez y correspondencia por mails desde el 22/08/2009 hasta 28/12/2018.
(10) Carta de M.ª Luisa González Collado el 04/02/2007.
(11) Correo electrónico del 10/07/2010.
(12) Entrevista con su hija el 25 de agosto de 2006 y el 7 de octubre de 2007.
(13) Ana Aguado y Vicente Verdugo, (2011), “Las cárceles franquistas de las mujeres en Valencia. Castigar, purificar y reeducar”, Studia Histórica, Historia Contemporánea, nº 29 pp. 55-85; p. 72
(14) Correos electrónicos de su nieto, Manuel Ramírez Jover, en 2009, 2014 y 2019.


No hay comentarios:

Publicar un comentario