Penal naval militar de la Casería de Ossio |
Este largo título
corresponde a una parte de los recuerdos de Juan Ponte Paseiro, cabo de
artillería telemetrista que en julio de 1936 estaba embarcado en el Canovas del Castillo, surto en el puerto
de La Carraca. Hay pocos relatos de
supervivientes de aquellos días de fuego y sangre en San Fernando. Como su título
indica, la narración comienza cuando Juan Ponte estaba encerrado en el Penal de San Fernando donde había
ingresado el 23 de julio de 1936. Este es
el relato de cómo vivió esos días aciagos y cómo los recordaba.
“Cuando nos metieron a
los del “Cánovas” en el Penal ya había unos 80 civiles, entre ellos estaba el
alcalde de San Fernando que era médico y socialista. Los quitaron a todos del
Penal y los fusilaron sin juzgar, como a perros rabiosos. Dejaron solo al
Alcalde que días más tarde lo fusilarían también, a pesar de que todo San
Fernando pedía su liberación porque según ellos era muy bueno con el pueblo".
"En el Penal metían a
veces fulanos a empujones como rojos peligrosos, pero que en realidad eran
espías falangistas y a los pocos días iban a buscarlos y los esposaban delante
de nosotros para hacernos creer que los iban a fusilar y de esa manera se
enteraban de todo o parte de lo que se hablaba dentro y se daba el caso de que
venían de noche y se llevaban 4 o 5 presos que ya no volvían. Era porque esos
espías los habían denunciado y así mataron un montón de ellos. Y gracias a que
la hija de la lavandera nos avisó de este asunto y a partir de entonces, cuando
metían a algún desconocido, ya lo considerábamos espía y lo aislábamos por
completo, sin que se dieran cuenta.
Estuvo preso con
nosotros un muchacho de La Línea que
había estado con el Alcalde de su pueblo y nos contó que cuando el cura fue a
confesar al Alcalde, éste se negó, diciendo que nada tenía que confesar. […] El
cura llevaba un crucifijo de metal en la mano y se lo puso delante de la boca
para que lo besara, a lo que el Alcalde se negó. Entonces ese curita llamó a
uno de los auxiliares de prisiones para que esposara al Alcalde, y una vez
esposado, volvió a insistir que tenía que besar el crucifijo, y al negarse de
nuevo, le pegó con el crucifijo en los dientes con tanta fuerza que le rompió
el labio y los dientes de delante. Este muchacho nos contó también que al
principio del Movimiento, el pueblo de La Línea fue al Alcalde a pedir armas y
este se negó, sin duda creía que aquello no era nada. Naturalmente el Alcalde
fue fusilado, como lo fueron muchísimos cientos de ciudadanos de La Línea".
"Durante todo el mes de
julio, después de haber fusilado a 13 o 14 del “Canovas” nos dejaron tranquilos
hasta el mes de septiembre que empezaron las declaraciones. Por lo que me
concierne hubo días que entraba en el juzgado a las 8 de la mañana y no salía
hasta las 2 de la tarde. […] A principio de septiembre se presentó en el Penal
todo el Estado Mayor del Arsenal de la Carraca, acompañados de un pelotón de
Infantería de Marina y falangistas en uniforme y nos mandaron formar a todos en
el patio de la prisión. Una vez formados el Jefe de Estado Mayor nos dirigió la
palabra, diciendo:”El General Queipo de Llano no quiere tener prisioneros y me
ordena pregunte a todos vosotros quienes quieren ir al frente a defender
España. Los que quieran que den un paso al frente”. De todos los que había en
el penal no salió ni uno solo. En vista de que fracasaron en este primer
intento, aquel mismo día, a eso de las 12 de la noche y cuando ya estábamos
dormidos, sentimos abrir las puertas de las celdas. En la celda donde me encontraba entraron un teniente de
Infantería de Marina, pistola en mano, acompañado de varios soldados y
falangistas. Nos hicieron levantar a todos y formar en calzoncillos, nos
dijeron que se había escapado un preso, cosa que no era cierta. El Teniente
empezó a contarnos, siempre con la pistola en la mano, y de cada cinco quitaba
uno. No recuerdo cuántos quitó, pero lo que recuerdo muy bien es que aquellos desgraciados,
por el solo hecho de hacer el número cinco fueron ametrallados momentos
después. Al día siguiente por la tarde volvieron de nuevo, y esta vez en cuanto
preguntaron si había voluntarios para el frente, nos apuntamos todos sin
excepción. El Jefe de Celadores de Prisiones me llamó, por ser uno de los Cabos
más antiguo del “Canovas” y me entregó dos pliegos de papel y un lápiz para que
hiciera la lista de todos aquellos que quisieran confesarse aquella tarde y
recibir el Señor al día siguiente de madrugada. Por temor a ser fusilados,
todos se apresuraron a apuntarse y no quedaban tranquilos hasta que se
cercioraban que estaban en la lista".
"Al día siguiente a las
5 de la mañana tocó la campana para que formáramos para comulgar. El cura con
voz sonora nos aconsejaba que el que no estuviera confesado que no comulgara,
porque era un grandísimo pecado. Yo, que fui el que hizo la lista, les pregunté
a los que comulgaban si apuntaba a los que lo hacían. Como me dijeron que no,
no me confesé pero sí fui a comulgar lo mismo, porque daban un bocadillo y una
copa de ginebra, y me puse de nuevo a la cola, por lo que me “papé” dos
bocadillos y dos copas de ginebra".
"Aquella tarde hicieron de todos nosotros dos compañías,
para salir para el frente al día siguiente. Una vez listas las compañías nos
pasaron revista todos los oficiales de las dependencias a las cuales
pertenecían los presos y allí quitaron a unos cuantos que ellos consideraban
peligrosos, entre ellos Moreno, cabo de Marinería del “Elcano”. Por el “Canovas”
nos pasó revista el alférez de Navío Pita da Veiga, Felipe, y cuando llegó a mí,
me preguntó cómo me llamaba (le sobraba de saber cómo me llamaba) y cuando le di
mi nombre me agarró por la marinera y me quitó de la formación. Pero en ese
momento llegó el Teniente de Navío Don Jesús Sánchez Ferragut, que me conocía
por haber estado embarcado juntos en el “Jaime” y me preguntó porque estaba
allí. Le contesté que no lo sabía, ya que yo no había hecho nada y, sin más
palabras, me metió de nuevo en la formación. Con esta acción me salvó la vida
ya que todos los que quitaban era para fusilarlos horas más tarde".
"Una vez terminada la revista en el Penal nos llevaron
formados hasta Capitanía General de la Carraca, donde nos pasaron otra revista,
pero esta vez fueron los curas que, como había muchos andaluces entre nosotros,
han venido los curas de Cádiz y sus alrededores para descubrir aquellos que no
iban a misa y que eran malos feligreses. Ellos no los quitaron de la formación,
pero se lo decían a los oficiales para que lo hicieran, todo ello por medio de
señales consensuadas, con objeto de [que] nosotros no nos diéramos cuenta.
Quitaron de la formación 12 o 14 que los llevaron al paredón".
"A las seis de la tarde de aquel 20 de septiembre de 1936
nos llevaron formados hasta la estación, vino la banda de música de Infantería
de Marina a tocarnos unas piezas como despedida y por otra parte la familia de
los andaluces, que llorando a grito pelado venían a despedirse de sus hijos,
hermanos o amistades. La máquina del tren llevaba una boca muy grande abierta
que significaba que nosotros íbamos a comernos vivos a todos los Rojos. Por eso
le llamaban la columna de la Boca". […]
"Una vez desembarcados
del tren, custodiados por un Tabor de Regulares, nos llevaron formados hasta
los pabellones de la Exposición, que estaban todos salpicados de sangre y había
un olor a muerto que confundía. Allí estuvimos unos días hasta que salimos para
el frente. Llevábamos los fusiles, pero no llevábamos municiones. No éramos
gente de confianza, solo nos las dieron cuando llegamos al frente. Estábamos
vigilados constantemente por los regulares".
"A primeros de octubre llegamos a Cáceres. Nos llevaron
allí única y exclusivamente para que le viéramos las barbas a Millan Astray que
nos largó el discurso siguiente:”¡Marineros! ¡Vosotros que habéis
asesinado a vuestros jefes y oficiales,
hijos de madres honradas! Yo sé que lo habéis hecho forzados por vuestros
compañeros rojos, que son los culpables de toda esta tragedia, pero no tened
miedo, que a vosotros nada os pasará. ¡Miradme a los ojos! (debía de hablar en
singular ya que no tenía más que uno, el otro era de cristal). ¿Queréis ser
legionarios?” y la mayoría respondió “Sí”. “¡Ya veo que sois valientes
marineros! ¡Iréis a luchar por España como buenos legionarios! Pero os aseguro
que dentro de 15 días no existirá ninguno de vosotros. ¡Moriréis todos! ¡Pero vuestros nombres quedaran grabados en
letras de oro!” Luego, con una pausa, nos dijo: “Si alguno de vosotros tiene
miedo a morir que dé un paso al frente”. Yo miré por si salía alguno, pero no
salió nadie. A continuación nos hizo cantar la canción del legionario que la
mayor parte no sabíamos, pero hacíamos ruido. […] A todo esto eran las tres de
la tarde y todos nosotros sin comer, pero con el discurso se nos cortó el
apetito".
"De allí salimos en ferrocarril hacia la Sierra de Gredos,
Ávila. Una vez en el frente nos dieron las municiones, pero siempre vigilados
por los regulares. De la provincia de Ávila nos enviaron a Toledo, a donde llegamos
al día siguiente de caer en las manos de franquistas. Aún estaban los muertos
tirados en las calles. Decían que los que había allí dentro eran cadetes pero
nosotros que fuimos testigos de la gente que salía de allí, sabemos que no es
verdad. Cadetes había muy pocos, lo que habían eran muchos guardias civiles y
población. Vimos salir una mujer con un niño en los brazos. Había dado a luz
allí".
A continuación Juan
Ponte relata las atrocidades que presenció en el frente, conforme iban avanzado
en territorio conquistado, durante los 32 días que permaneció con los
franquistas. Después sigue explicando su proyecto de evasión.
“En un pueblo llamado
Algodor, los cinco del Cánovas (1) nos pasamos a las fuerzas de la República,
las legales de España. Fue una aventura peligrosa pero el que algo quiere algo
le cuesta. Gracias al Demonio que lo contamos".
"Decidimos pasarnos a la
zona leal. Para ello era necesario atravesar un puente del ferrocarril que
atravesaba el Tajo. Tenía entre 40 o 50 metros de alto y como el río pasaba con
mucha corriente, estudié bien el asunto y me pareció más fácil pasar por encima
del puente para lo cual había que contar con Manso que era el cabo de guardia
que había en la cabeza del puente con unos cuantos marineros canarios".
"Creo que era el 19 de
octubre de 1939. Yo había estado de guardia hasta la 12 de la noche en una
central eléctrica que había en dicho pueblo. Cuando salí de guardia fui en
busca de los demás, les propuse el asunto de la evasión, lo que aceptaron sin
dificultades y juntos nos dirigimos hacia el puente. Llegados allí, llamé a
Manso aparte y le propuse el asunto. La cosa no fue fácil pero al final
conseguí convencerle".
"Y con esto nos pusimos
manos a la obra. Recuerdo era una noche oscura. No se veía ni a dos metros de
distancia. El puente era por donde pasaba el tren y no quedaba espacio para más
nada. En cuanto llegamos al centro nos encontramos con un vagón que nos cerraba
el paso y para pasar tuvimos que agarrarnos al vagón con el cuerpo descolgado
hacia el Tajo. Como ya he dicho, el puente tenía una altura de 40 o 50 metros.
Pero, aunque con mucha dificultad, conseguimos pasar el obstáculo".
"Una vez pasado al otro
lado del río continuamos andando por el centro de la vía, sin saber a dónde íbamos
a parar y cuando llevábamos unos 10 minutos caminando sentimos una voz que
decía: ¡Alto, quien vive! ¡Santo y seña! Tanto yo como el resto nos tiramos al
suelo en medio de la grava de la vía. Sentimos unos disparos de ametralladora y
entonces con la cabeza contra las piedras grité: “¡Somos cinco marinos que nos
hemos pasado a vosotros!”. Entonces dejaron de disparar y tardaron unos
momentos en hablar. Al poco rato, nos
dijeron de poner el fusil en bandolera y que avanzáramos con las manos en alto
y así lo hicimos. Cuando llegamos donde estaban nos quitaron las armas y
correajes con las cartucheras llenas de municiones y nos preguntaron por dónde
habíamos pasado. Cuando les dijimos que por el puente se echaron las manos a la
cabeza y nos dijeron: “Vaya suerte que han tenido ustedes!” Según ellos, el
vagón que estaba en el centro del puente estaba cargado de dinamita y lo habían puesto ellos con objeto de volar
el puente pero no funcionó y esa fue nuestra salvación. Pues si llegara a
explotar cuando tuvimos que agarrarnos a él para pasar irían nuestros cuerpos a
parar a Toledo".
"Al día siguiente nos
llevaron en un camión a Madrid y al Ministerio de Marina".
En Madrid, después de
una serie de avatares, los cinco amigos se vieron, por fin, camino de Cartagena.
“Yo iba de jefe del grupo y llevaba los documentos de
todos para que los entregara a la Capitanía general de Cartagena. Pero el jefe
que cogió los papeles nos dijo que íbamos a formar parte de una compañía de
Infantería de Marina que iba a salir para el frente ¡Otro fascista más! No
quisimos cumplimentar la orden y nos fuimos para hacer nuestra presentación en
el Estado Mayor de la Flota. Nos dirigimos por la calle Mayor hacia el muelle y
cuando llegamos al Club Náutico oímos la explosión del torpedo que había tocado
al “Miguel de Cervantes”. Ese mismo día nos fuimos al “Libertad” en donde nos
quedamos cuatro embarcados. El quinto, Eliseo, marinero leonés, prefirió
embarcar en el “Jaime” donde tenía un buen amigo. Aquí se acaba la historia
que, como se puede ver, nos jugamos la vida hasta llegar al “Libertad”, por la
LIBERTAD.”
(1)
Los cinco compañeros que se escaparon juntos fueron Juan Ponte Paseiro, su
hermano, Marcelino, Eliseo Fernández Fidalgo, Emilio Veiga Rodríguez y Arturo
Manso Camiño.
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