miércoles, 27 de octubre de 2021

JUAN ALCARAZ SAURA, UN LARGO PERIPLO POR LOS PEORES CAMPOS DE TÚNEZ Y ARGELIA.

 

Juan Alcaraz Saura (archivo familiar Alcaraz)


Juan Alcaraz Saura nació en la pedanía de La Aparecida, en el Campo de Cartagena, el cinco de enero de 1921. Cuando empezó la guerra tenía 15 años, comenzó a asistir a los mítines de la CNT y en 1937 se afilió a este sindicato e incluso organizó un grupo de Juventudes Libertarias, el Grupo Acracia, que, con la ayuda del maestro de escuela, emprendió una campaña de alfabetización en el pueblo que tuvo gran éxito. 

En 1939, recién cumplidos los 18 años, fue llamado a filas en Marina. Era de la quinta del biberón, la última llamada antes de acabar la guerra. Como no tenían ropa para darle no se incorporó a su destino, aunque tenía que presentarse todos los días en el Arsenal.

La madrugada del 5 de marzo, al oír por Cartagena “Arriba España” y darse cuenta que la ciudad estaba tomada por la quinta columna, Juan se reunió con sus camaradas de la CNT en el local del Comité Comarcal, situado en una casa de Ciudad Jardín, y decidieron ir hasta Capitanía para evaluar la situación. Eran unos treinta militantes y cuando llegaron se corrió la voz de que la flota estaba saliendo del puerto. Sin permisos ni papeles, en desbandada, se fueron todos al puerto y embarcaron en el Cervantes que alcanzaron por medio de barquitas que los acercaron al buque insignia que estaba en medio del puerto. Desde arriba los marineros les tiraron escaleras de cuerdas y así salieron con rumbo desconocido (1).

En Túnez fue mandado, como todos, al campo de concentración de Meheri Zebbeus hasta que, en septiembre 1939, cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, “hicieron una selección entre todos nosotros, los buenos y los indeseables. A los buenos los fueron sacado del campo para trabajar en dependencias militares francesas y, los otros, los malos, nos llevaron a desierto de Gabès” (2). Estos indeseables eran los que militaban en algún partido político, los que habían destacado durante la guerra, aquellos que habían protestado por las condiciones de trabajo que les ofrecían o los que se fugaban de los campos. Fueron aproximadamente 300 hombres que, sin juicio, fueron condenados y mandados a un campo de castigo, encuadrados en un temido batallón disciplinario africano, donde hacían el servicio militar los condenados franceses por crímenes en la vida civil.

Una de las pocas fotos que hay de los campos de trabajo del desierto de Gabès (Archivos familia Alcaraz Saura)

Les mandaron construir una vía de ferrocarril en el desierto. El trabajo consistía fundamentalmente en picar piedra y montar plataformas con esas piedras para colocar las vías encima, en condiciones infrahumanas con el agua racionada y bajo la vigilancia constante de guardianes armados.

El 22 de junio de 1940, tras la derrota de Francia y la firma del armisticio con Alemania, cesaron las hostilidades militares. Poco después, los españoles fueron mandados en vagones para animales hasta la provincia de Constantina, en el norte de Argelia, a Khenchela, una zona boscosa donde sufrieron paludismo, mucho frío y hambre en invierno, ya que es una zona de nieves. “El trabajo consistía en cortar árboles, hacer caminos a través del bosque o carreteras con sus puentes hechos de piedras que teníamos que coger del monte y traer a cuesta. También hubo represión en este campo. Se hizo una huelga perdida de antemano, naturalmente, y se llevaron a varios de nosotros a la prisión del pueblo y de allí, ¿quién sabe dónde?” (3).

Sigue contando Juan: “De allí saltamos a las puertas de desierto, a un pueblo que tenía minas de carbón que se llamaba Kenadsa. Nos tuvimos que hacer nuestras barracas con adobes hechos con barro y paja para reservarnos del calor del día y del frío de la noche” (2). 

Uno de los vagones para ganado en el que fueron trasladados a Kenadsa.
Juan Alcaraz es el primero por la derecha, con camisa blanca. 


En Kenadsa, los pusieron a la entera disposición de las Sociedad Minera “Houillères de Kednasa” y fue motivo de otro enfrentamiento ya que se negaron a bajar a las minas. Finalmente lo hicieron algunos voluntarios cobrando un salario. Los demás trabajaron en otros puestos menos duros o arriesgados.  Juan trabajaba en el restaurante dedicado a los trabajadores y “los primeros céntimos que cobré fueron para comprar algo de ropa” (2).

Un día, un vigilante civil, que también los había, quiso que le limpiaran su habitación. Juan se negó, por dignidad. Fue castigado a una semana de tombeau, “una especie de agujero en la tierra en el que sólo se podía estar sentado y donde te daban de comer una vez al día, un trozo de pan seco y un poco de agua” (4).

 Como no les pareció suficiente a las autoridades francesas, fue mandado al campo de castigo oficial de los campos de trabajo, Hadjerat M’Guil, el llamado “campo de la muerte”, donde se ejercía la tortura de manera habitual y donde fueron asesinados cinco españoles, entre ellos tres marinos.

 

La vieja estación de tren de Hadjerat M'Guil (Archivo José Marí Cholví)

Juan Alcaraz estuvo “solo” tres meses, “sufríamos con dignidad las humillaciones” y recordaba haber llegado con las manos ensangrentadas del suplicio de subir el agua hasta el campamento, con las fuerzas al límite, llorando de rabia, bajo los golpes, bastonazos y estacazos de los escoltas. “Gracias a mi juventud y mis deseos de vivir y de volver a ver a mi familia, pude salir de aquel infierno. Jamás hubiera creído lo que pude ver allí”, nos dice Juan en sus memorias. 

Cuando lo sacaron de aquel campo y volvió a “su” 7ª Compañía, en Kenadsa, sus compañeros lo recibieron con los brazos abiertos y deseosos de saber lo que pasaba allí. No sólo estaban aislados del mundo, también entre sí.

Tras el desembarco de los aliados en el Norte de África y la paulatina liberación de los refugiados de los campos, Juan Alcaraz decidió quedarse en Oran.  Funcionaron las cadenas de solidaridad y ayuda entre refugiados. Encontró trabajo, amigos, novia, se casó con 25 años y tuvo tres hijos: “viví feliz en esta ciudad con mi familia”.

Pero a los exiliados en el norte de África aún les quedaba otro destierro, otro volver a empezar. La guerra de Argelia les obligó a exiliarse de nuevo, esta vez a Francia. Juan y su familia marcharon a Avignon donde tenían familia y pudo rehacer su vida.

Por fin, “cuando en España terminó lo que me impedía venir por permanecer fiel a mis ideales, no dudé en regresar a mi tierra y volver a ver a mi madre y a mis hermanos”.

En 2009, en Cartagena, tuve el privilegio de conocer a Juan Alcaraz Saura, hombre entrañable, al que pude abrazar después de mucho cartearnos.



 

Victoria Fernández Díaz


NOTAS

1.      Carta a Victoria Fernández Díaz del 22 de marzo de 207

2.      Carta a Victoria Fernández Díaz del 7 febrero de 2007

3.      Memorias de Juan Alcaraz Saura. Este grupo que menciona Juan Alcaraz que fue mandado a la cárcel de Khenchela, fueron posteriormente juzgados y mandados a la cárcel de Lambèse y a Maison Carée.

4.       Memorias de Juan Alcaraz Saura. 







 


1 comentario:

  1. Muy interesante. ¿Hay posibilidad de leer sus memorias? ¿Están publicadas?

    ResponderEliminar