En la noche
del 5 al 6 de marzo de 1938 tuvo lugar el combate de Cabo de Palos en que la
flota republicana hundió al buque insignia de la flota rebelde, el Baleares.
El periodista Vicente Talón entrevistó en 1988 a David
Gasca, comandante accidental del Lepanto aquella noche. Reproducimos parte de este reportaje.
“El día 5 de marzo de 1938, buena
parte de los buques de guerra republicanos surtos en el puerto de Cartagena
reciben la orden de prepararse para salir a la mar. La misión que se les
encomienda no es otra que la de efectuar un “raid” contra el principal punto de
apoyo de los facciosos en el Mediterráneo, Palma de Mallorca, y el servicio, en
principio, carece de grandes riesgos, toda vez que, según las informaciones
recibidas, todos los buques enemigos se hallan fondeados en sus bases”.
“La escuadra que se
apresta a zarpar la constituye la flor y nata de los navíos de la República. En
total, los cruceros Libertad y Méndez Núñez, más los destructores Sánchez Barcáiztegui, Almirante Antequera, Lepanto, Gravina y Lazaga. Este
dispositivo tiene por misión proteger la primera flotilla de destructores,
compuesta por el Ulloa, Jorge Juan, Escaño, Almirante Valdés,
que deberán de acercarse hasta la bocana de Palma para prestarle un máximo
apoyo a la acción de las lanchas torpederas que son las encargadas de penetrar
en el puerto enemigo”.
"En Cartagena, a medida que se
acerca el instante fijado para dar avante, aumenta la fiebre de los preparativos.
Sólo un destructor, el Almirante Miranda,
no da señales de vida, ya que aunque entró en servicio al estallar la guerra,
aún no disponía en aquel entonces, de todos los tubos y hubo de recibir, para
complementar los nuevos, una serie de ellos desechados, por casi inservibles,
por otras unidades. En consecuencia sufría de un problema crónico de entrada de
agua salada en los condensadores, que le mantenía por lo general, en actividad
deficiente o en reparaciones. Su comandante –don David Gasca Aznar- se resignó,
pues, a no tomar parte en la misión, que por otra parte, le atraía enormemente,
pero quiso la fortuna que a última hora fuese llamado a embarcar en el Lepanto, cuyo comandante, enfermo,
acababa de darse de baja”.
“En realidad, como bien
pronto pudo observar, había dejado una unidad en precario para asumir el mando de
otra que no se hallaba mucho mejor. El mismo David Gasca rememora”:
“- Al subir a bordo el
segundo comandante Don Manuel Sancha, me expuso la situación que tenía de
cualquier cosa menos de satisfactoria. Debido a diferentes averías, únicamente disponíamos
de dos calderas listas, la tercera estaba calentando y la cuarta, sometida a
trabajos de reparación, sólo podríamos contar con ella, en el mejor de los
casos, una vez fuera de puerto. Por lo que respecta al aparato de ultracorta,
no funcionaba, y esto hizo que, a lo largo de toda la operación, me hallase
incomunicado del resto de la flota, siéndome imposible de recibir órdenes. Como
estaba terminantemente prohibido utilizar la estación de radio, este aislamiento
motivó que, como ocupaba el último lugar de la línea de fila, sólo conociese la
presencia de los buques enemigos cuando los hube avistado…”
“[…] Con un cierto retraso, la
escuadra empieza a abandonar Cartagena, siendo el crucero Libertad el que cierra el
imponente desfile. Una vez aguas afuera, los buques adoptan las formaciones
previstas en servicio de vigilancia, para, al poco, enterarse de que el
objetivo de su salida acaba de frustrarse”. […]
“Con todas las luces apagadas, en
noche oscura, los buques republicanos continúan su rumbo, y, de pronto, ¡el
enemigo! David Gasca me cuenta:”
-“A las cero horas cuarenta y cinco minutos avisté por babor,
sucesivamente, tres barcos que navegaban con las luces apagadas, pero cuyas
siluetas identifiqué en el acto como tres cuceros en poder del enemigo y que se
me habían hecho familiares en otras circunstancias. Iban en línea de fila, de
vuelta encontrada; su velocidad era alrededor veintidós nudos y se hallaban a
unos dos mil quinientos metros de distancia. Inmediatamente di la orden de
zafarrancho de combate, pero no les lance ningún torpedo, ya que dada su
velocidad relativa y el haberles descubierto cerca del través, era dudoso que
hubiese podido hacer blanco.[…]
“Tanto
para ellos como para nosotros, el encuentro fue una verdadera sorpresa. Apenas
pasado el enemigo, todos los que nos hallábamos en el puente pudimos observar la señal JZI, que en el código
en vigor antes de estallar la guerra significaba zafarrancho de combate. El
mensaje era transmitido en claro por el scott alto del buque insignia enemigo,
que de esta forma descubrió el lugar que ocupaba en la línea: la cabeza. Yo
decidí en ese momento que si volvíamos a encontrarnos con ellos, lo que no
tendría nada de particular, tomaría como blanco al primero de la formación, y
así fue. Según comprobamos más tarde, inexplicablemente, no tuvieron la
perspicacia de cambiar el orden en el que navegaban, lo que les costó perder la
nave insignia y, con ella, todo el Estado Mayor”.
“A las dos horas trece minutos, los buques republicanos, que han
efectuado dos cambios sucesivos de rumbo, descubren de nuevo al enemigo
situado, en esta ocasión, a unos cinco mil metros por babor. En breves segundo
se inicia un duelo artillero, mientras que los destructores reciben la orden de
acercarse y atacar utilizando sus torpedos. Sólo el Lepanto, que debido a la
avería de su estación de onda corta, no se entera de la orden, conserva el
rumbo durante todo el combate y lo mantiene –así como su posición en línea de
fila- hasta descubrir el faro de Cabo Palos. Pero devolvámosle la palabra a
David Gasca:”
“-La luminosidad era intensa, el enemigo no
cesaba de tirar, y guiado por los fogonazos de los disparos, apunté al centro
del primer buque, que suponía que era el navío insignia, lanzándole los tres
torpedos del grupo de popa, en el espacio de cinco segundos y conservando los
otros tres como reserva de cara a un hipotético encuentro posterior. Casi en el
acto vimos una columna de humo que salió por la chimenea del barco atacado y un
globo de fuego que fue aumentando de volumen y que se abrió a gran altura,
iluminando todo el espacio. Paralelamente surgieron dos fogonazos, uno a proa y
otro a la altura de los pañoles de pólvora, mientras que las llamas corrían por
toda la cubierta y se distinguían perfectamente cómo trozos de estructura se
precipitaban al agua. Los buques facciosos, como si les hubiese impresionado lo
que acababa de suceder, acallaron su fuego.”
Hasta aquí
el relato de David Gasca contado por Vicente Talón. En el combate también
intervinieron la artillería del Libertad y los torpedos del Sánchez Barcaíztegui y los del
Antequera.
Con motivo de esta victoria de la escuadra republicana,
el Comandante Luis González Ubieta recibió la Laureada de Madrid; Eugenio Porta, director de tiro del Libertad,
recibió la Medalla de la Libertad; la Placa del Valor le fue otorgada a título
personal a 13 marinos y le fue concedido el distintivo de Madrid a los buques y
las dotaciones que participaron. Se creó un diseño especial de este distintivo,
bordado en oro y plata para el gallardete y para el uniforme.
Victoria Fernández Díaz
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