Para casi 4000 marinos de la Flota Republicana española el exilio
empezó en Bizerta. En la mañana del 7 de
marzo de 1939 once buques fondearon en su rada. Para poder entrar, las
autoridades francesas exigieron la entrega y el desarme total. Inmediatamente se
quitaron los cerrojos de los cañones, se trincaron las direcciones de tiro, se llevaron a los pañoles los
fusiles, las municiones, las ametralladoras. Se
cerraron con llave que custodió el mando francés. También dieron la orden de
entregar las pistolas. Según testimonios de muchos marinos prefirieron tirarlas
al mar.
A las dos de la tarde, les permiten cruzar el canal hasta el
lago de Bizerta. Allí, uno a uno, sin arriar las banderas republicanas, fueron
entrando el Miguel de Cervantes, el Libertad, el Méndez Núñez y ocho destructores el Valdés, el Lepanto,
el Gravina, el Antequera, el Miranda, el
Escaño, el Jorge Juan y el Ulloa. El
submarino C-4 llegaría al día
siguiente.
Las autoridades francesas les permitieron
empezar a bajar de los buques el día 12. Lo hicieron en varias tandas a lo largo del mes de marzo. Los reunían con sus petates o maletas
en el Arsenal. Muchos de los civiles que desembarcaron no llevaban nada. Según
consignan los documentos de la época, entraron en el exilio con las manos
vacías. Desde el arsenal todos eran dirigidos a la estación de tren, bajo la
atenta mirada de los militares y policías franceses.
Próxima estación: el campo de concentración
de Meheri Zebbeus.