lunes, 22 de julio de 2019

Un acorazado republicano por dentro: el Jaime I



Artículo de la revista cultural "Estampa" (1928-1938) que modernizó el periodismo gráfico de la época. Este artículo es del 19 de septiembre de 1936. Refleja seguramente una época, un ambiente, un momento que creo puede ser interesante (1). 


"El Jaime I llegó hace unos días a Barcelona para limpiar calderas. La noticia de su aribo se supo enseguida y empezó a hormiguear la gente por el muelle. Miles de personas se situaron por el muelle. Miles de personas se situaron en los malecones, frente a las férreas paredes del acorazado, concentradas las miradas en su popa.

Al otro lado de la dársena se hallaban los colores grises y gigantescos de las escuadras extranjeras.
La presencia del Jaime I es un motivo de alegría en la capital catalana. Se oyen canciones, himnos proletarios y por todas partes hay una actividad intensa. La ciudad que arde de entusiasmo y de fogosidad bélica, parece haberse convertido en una gran familia en la que todos se conocen, se saludan y se hablan. 

Las arribadas y los vaporcitos se suceden en el puerto, en la que la vida está normalizada totalmente. De vez en cuanto suena el mugido ronco y dilatado de una sirena.

Los marinos francos se ven cariñosamente acosados por la multitud.
- ¡Valientes muchachos de nuestro Potenkine!- gritan unos.
- ¡Hay que descubrirse ante vosotros!
-¡A ver si despanzurráis de una vez a los fascistas!
- Descuida, vamos a darles una buena lección – responde sonriendo un mocetón de movimientos elásticos que acaba de abandonar el buque". 





"Junto a la planchada del Jaime I, un marino, de bayoneta calada, hace guardia. En ese momento tiene la responsabilidad directa en lo que se relaciona con el acceso al acorazado. Nos detiene. Silbatos. Llega un miembro del Comité de a bordo. Atenta lectura del salvoconducto y pasamos. Alrededor de los potentes cañones –tiro rápido y antiaéreo- los marinos pulen los metales y les sacan brillo.

En su mayoría los tripulantes son norteños, duros de veras, jóvenes recios, de anchas espaldas. 

Trabajan en la limpieza del buque en brigadas de ocho o diez, realizando una obra de titanes. 

Llevan martillos, cepillos de acero, cuerdas; golpean, raspan la herrumbre de las planchas blindadas, cantan, se deslizan por las maromas y se balancean en los andamios. 

- Los navíos como el Jaime I necesitan una atención constante- me dicen. El hierro y el  acero deben cuidarse mucho. Es preciso impedir que la niebla y el agua marina se agarren a él. Para nosotros, el óxido constituye una plaga que se extirpa a martillazos, por dentro y por fuera. Y en las calderas también hay que revisar a cada instante, renovar las envolturas de los tubos, reemplazar las parrillas, jadeando y calados de sudor. ¡Pero con qué animo se hace ahora todo esto! Rivalizamos en la brega.  Antes, el Jaime I era una especie de presidio flotante. Hoy es nuestro, del pueblo, para nuestra defensa. 

Los jefes de las baterías examinan los anteojos e instrumentos de sus cañones. 
- Lo estamos preparando- comenta uno de ellos- para el zafarrancho de combate". 




"La disciplina se mantiene abordo pero sin la brutal rigidez anterior. Nadie mira ya con hosquedad ni cumple su misión respondiendo a la orden conminatoria. No hay botas militares que chocan al cuadrarse. Desaparecieron las voces extrañas e imperativas, los distintivos jerárquicos, las pirámides de galones y oro bordado…

El comandante viste “mono” y “mono” visten los tripulantes. Algunos, muy pocos, se cubren con gorras de un blanco deslumbrante.

- Las maniobras, en el buque, ¿quien las dirige?
- El Comité de Gobierno, integrados por ocho camaradas: el comandante, cuatro cabos, dos auxiliares de artillería y un marinero. 
- ¿Varió mucho el reglamento?
- Bastante. Se estableció el siguiente: toque de diana a las 6 y cuarto de la mañana. Todos arriba, con ropas de trabajo. Después del aseo, un desayuno abundante con café con leche y pan. La tripulación reposa media hora, en que suela la llamada a tropa y comienza la limpieza, que dura hasta las once".







"Luego, a la voz de “¡Nadadores, al agua!” Viene el baño, mientras los rancheros de turno semanal arman las mesas para la comida. 
- ¿Buena?
- Excelente. Tres platos, vino y postre. Por la tarde vuelve a trajinarse sin pausa durante 3 horas, y las seis se sirve la cena. Entonces, los que están francos van a tierra, registrándose la entrada y la salida en un libro. 

Muchos marinos permanecen en el buque, escribiendo cartas, leyendo, jugando al ajedrez o charlando sobre los acontecimientos en los distintos frentes. Otros discuten acerca de cuestiones tácticas, mezclando en la conversación palabras como “obturador”, “rapidez en la carga”…

El Jaime I se dispone nuevamente para el combate. Los tripulantes desean entrar en contacto con el enemigo, saltar a los cañones, ocupar los puestos de teléfonos, los aparatos de dirección de la artillería…
- Sentimos verdadera alegría –me aseguran- cuando recibimos las órdenes por los tubos portavoces. 
¡Ojalá empiece pronto el baile! Las andanadas de los facciosos no nos inquietan. Contra las gruesas planchas blindadas de nuestro acorazado serán como garbanzos que rebotan sin efecto. En el ataque y bombardeo de Algeciras, y más tarde en la breve acción de Baleares, las gargantas se nos quedaron secas de vitorear a la República. Cargábamos y descargábamos. Hasta que vino la orden: “¡Alto el fuego!”.

- ¿En qué lugar cayó la bomba que os lanzó un avión rebelde?
- ¿En qué lugar? ¡Vamos, hombre! Ni la sentimos. No quedan señales. 
Resulta que cuando suena la hora del silencio a bordo no se duerme enseguida. Continúa hablándose a media voz acerca de la guerra, del aplastamiento absoluto del fascismo y de la victoria final".


Juan PUENTE


(1) Biblioteca Nacional de España. Hemeroteca digital 
http://hemerotecadigital.bne.es/details.vm?q=id:0003386571&lang=es


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